30 junio 2016. Jueves de la XIII semana de T.O. – Santos protomártires de Roma – Puntos de oración

“Después de acostado, ya que me quiera dormir, por espacio de un Avemaría pensar a la hora que me tengo de levantar, y a qué, resumiendo el ejercicio que tengo de hacer.” (San Ignacio – primera adición – ejercicios espirituales). 
Al día siguiente: iniciaremos nuestro rato exclusivo con el Señor, poniéndonos en su presencia y recordando la oración preparatoria de san Ignacio:
“Pedimos gracia a Dios nuestro Señor, para que todas mis intenciones, acciones y operaciones sean puramente ordenadas en servicio y alabanza de su divina majestad”.  Esta oración  está en las antípodas del proceder de Amasías (primera lectura).
El sacerdote, que está en connivencia con el poder político, cizañea en contra del profeta Amós: “El país no puede ya soportar sus palabras”. ¿Es el país, el que no puede soportar sus palabras, o es él mismo el que no soporta la presencia del justo?
Amasías quiere  echar al profeta de su proximidad. “Vidente, vete, huye al territorio de Judá”. El sacerdote representa a tantos hombres, que reservan o reservamos, parte de las intenciones, acciones y operaciones para nosotros mismos y no al servicio de Dios.  
Si nosotros hiciéramos selección de un profeta, Amós no sería el elegido. Le diríamos: “no tienes el perfil adecuado”. Amós no es hijo de profetas, no parece tener ningún “master” en Escritura Sagrada, en su “currículum” aparece: pastor y cultivador de sicomoros, nada de “experto en profecías”. Pero Dios tiene “otro punto de vista” y lo elige como profeta.   Una vez más, es Dios quien elige, no somos nosotros los que elegimos, es “Él” el que elige.
Del evangelio resaltamos: “¡Ánimo!, hijo, tus pecados te son perdonados”.  Abelardo, comentaba este pasaje, recordando que Dios había venido a buscar pecadores y los hombres le llevaban enfermos físicos para que los curara: “Jesús salta de la parálisis corporal al alma paralizada por el pecado. Entra en lo profundo del corazón humano y, leyendo los deseos de este hombre postrado en una camilla, le dice: “¡Ánimo!, hijo, tus pecados te son perdonados”.  (Abelardo de Armas- Agua viva – Junio 1982).
La parálisis corporal toca nuestra sensibilidad, provocando sentimientos de compasión hacia el enfermo. Jesús nos habla de la parálisis que no se ve, ese entumecimiento del alma que provoca la tristeza del pecado.  A nosotros nos dice lo mismo que al paralítico: “¡Ánimo!, levántate”. Sal de la mediocridad, confiando en mí y si dudas, pide ayuda: “Señor creo en ti, pero ayuda a mi incredulidad “.
Al final Jesús es Dios, que elige a quien quiere para anunciarle y libra de todo tipo de parálisis a quien confía en Él.

Acabemos nuestras reflexiones con un coloquio con Jesús.  San Ignacio nos lo precisa: “el coloquio se hace, propiamente hablando, así como un amigo habla a otro, o un siervo a su señor: cuándo pidiendo alguna gracia, cuándo culpándose por algún mal hecho, cuándo comunicando sus cosas y queriendo consejo en ellas. Y decir un Pater noster”.

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