“Después de acostado, ya que me
quiera dormir, por espacio de un Avemaría pensar a la hora que me tengo de
levantar, y a qué, resumiendo el ejercicio que tengo de hacer.” (San Ignacio –
primera adición – ejercicios espirituales).
Al día siguiente: iniciaremos nuestro
rato exclusivo con el Señor, poniéndonos en su presencia y recordando la
oración preparatoria de san Ignacio:
“Pedimos gracia a
Dios nuestro Señor, para que todas mis intenciones, acciones y operaciones sean
puramente ordenadas en servicio y alabanza de su divina majestad”. Esta
oración está en las antípodas del proceder de Amasías (primera lectura).
El sacerdote, que
está en connivencia con el poder político, cizañea en contra del profeta Amós: “El país no puede ya soportar sus
palabras”. ¿Es el país, el
que no puede soportar sus palabras, o es él mismo el que no soporta la
presencia del justo?
Amasías quiere
echar al profeta de su proximidad. “Vidente, vete, huye al territorio de
Judá”. El sacerdote
representa a tantos hombres, que reservan o reservamos, parte de las
intenciones, acciones y operaciones para nosotros mismos y no al servicio de
Dios.
Si nosotros
hiciéramos selección de un profeta, Amós no sería el elegido. Le diríamos: “no
tienes el perfil adecuado”. Amós no es hijo de profetas, no parece tener ningún
“master” en Escritura Sagrada, en su “currículum” aparece: pastor y cultivador
de sicomoros, nada de “experto en profecías”. Pero Dios tiene “otro punto de
vista” y lo elige como profeta. Una vez más, es Dios quien elige,
no somos nosotros los que elegimos, es “Él” el que elige.
Del evangelio
resaltamos: “¡Ánimo!, hijo,
tus pecados te son perdonados”. Abelardo,
comentaba este pasaje, recordando que Dios había venido a buscar pecadores y
los hombres le llevaban enfermos físicos para que los curara: “Jesús salta de la parálisis
corporal al alma paralizada por el pecado. Entra en lo profundo del corazón humano
y, leyendo los deseos de este hombre postrado en una camilla, le dice:
“¡Ánimo!, hijo, tus pecados te son perdonados”. (Abelardo de Armas- Agua viva –
Junio 1982).
La parálisis
corporal toca nuestra sensibilidad, provocando sentimientos de compasión hacia
el enfermo. Jesús nos habla de la parálisis que no se ve, ese entumecimiento
del alma que provoca la tristeza del pecado. A nosotros nos dice lo mismo
que al paralítico: “¡Ánimo!,
levántate”. Sal de la
mediocridad, confiando en mí y si dudas, pide ayuda: “Señor creo en ti, pero
ayuda a mi incredulidad “.
Al final Jesús es
Dios, que elige a quien quiere para anunciarle y libra de todo tipo de
parálisis a quien confía en Él.
Acabemos nuestras
reflexiones con un coloquio con Jesús. San Ignacio nos lo precisa: “el
coloquio se hace, propiamente hablando, así como un amigo habla a otro, o un
siervo a su señor: cuándo pidiendo alguna gracia, cuándo culpándose por algún
mal hecho, cuándo comunicando sus cosas y queriendo consejo en ellas. Y decir
un Pater noster”.