23 septiembre 2016. Viernes de la XXV semana de T.O. – San Pío de Pietrelcina – Puntos de oración

“El desengaño  de las cosas y la caducidad de mi vida no me impide confiar en el Señor, mi refugio. Quiero seguirle aunque él padezca, sea desechado, ejecutado. También quiero resucitar con él”.
Este podría ser un breve resumen de las lecturas que nos ayuden a preparar nuestra oración de mañana.
En la primera lectura del Eclesiastés se nos invita a la mesura en el uso de las cosas y a esperar lo justo de ellas. En efecto, nuestro corazón puede pasar en un mismo día por dolor y gozo, esfuerzo y ligereza para realizar tareas. Esta clave de oscilación es lo que aprovecha el autor para animarnos “a en cosa ajena no poner nido” (Ej.322).
En paralelo a esa oscilación de nuestro corazón, permanece por siempre la belleza de la creación “todo lo hizo hermoso”, nos sigue diciendo el autor sagrado. Algunas personas descubren aquí un inmenso océano para maravillarse, asombrarse y vivir desde la alabanza. 
Sin embargo, el salmo 143 nos anima al realismo y la esperanza; ser poca cosa y frágiles como un soplo, no puede impedirme buscar apoyo y refugio en el Señor.
Las cuestiones anteriores, los vaivenes de nuestra vida, parece que nos avocan a buscar  un ancla robusta. ¿Habrá alguna luz que ilumine de verdad mi camino ante tanto desengaño, frustración y caducidad?
Desde esta situación de pequeñez y debilidad encuadramos el evangelio de hoy.
  • Jesús pregunta: “¿Quién dice la gente que soy yo?”….Y vosotros, ¿Qué decís de mí?
  • Pedro responde: “Tú eres el Mesías…”. Y tú, ¿Qué respondes?
  • Jesús AFIRMA: el tipo de Mesías; sufriente y victima ofrecida, pero que resucitará (palabra que aún les viene grande…tanto que, después de sepultado no esperaban nada).

Desde haber palpado nuestra realidad pecadora y la necesidad de refugiarnos en Él, pidamos la gracia de QUERER parecernos a este Jesús, que elige y pasa por la prueba del dolor, para dar vida a muchos. Es una gracia sin duda, pero influyen también nuestros deseos para obtenerla.

Nos queda acogernos a La Virgen Madre, pero contemplarla junto a la cruz. Este es el icono de nuestra oración. Aquella que implora misericordia, la corredentora y que pasa mil muertes en su corazón. Tras ser madre de los dolores, el Señor la constituye MADRE DE CADA UNO de nosotros. Ella es el pan con el que la iglesia naciente se alimenta. Iglesia, tú y yo, a partir de ahora, crucificada y resucitada.

Archivo del blog