Lc 9, 46-50
Al iniciar la oración es conveniente
comenzarla con una cierta preparación externa que nos llevará a la actitud
interna del conocimiento del Señor, siendo consciente de qué es lo que voy a
hacer y ante quién lo voy a hacer.
En el grupo de los discípulos de
Jesús discutían, como en cualquier grupo humano, quien era el más importante,
es decir, quien era el que tenía más cualidades o estaba mejor preparado para
ocupar el puesto más importante en el futuro reino que ellos esperaban, esta
misma discusión la van a tener en varias ocasiones, es la prueba de más
evidente de que no entendían o no estaban dispuestos a entender qué clase de
reino les anunciaba Jesús.
Jesús se lo va a volver a explicar de
la forma más sencilla y más gráfica posible para que todos los puedan entender,
de una forma que en aquel tiempo era muy corriente en los maestros de Israel.
Coloca a un niño a su lado y dice: “El que acoge a este niño en mi nombre, me
acoge a mí; y el que me acoge a mí, acoge al que me ha enviado. El más pequeño
de vosotros es el más importante”.
En el tiempo de Jesús más que en el
nuestro, el niño representa al humilde, al débil, al indefenso, al despreciado,
cuyo valor social es nulo. Pues según Jesús ese es el más importante en el
Reino que Él nos trae. En todos los ámbitos de nuestra sociedad los que tienen
funciones de responsabilidad, los que deciden, los que están en la presidencia
o los que sobresalen por sus cualidades esos son los más importantes.
El criterio de Jesús para medir la
grandeza personal está en total contraposición de las reglas vigentes de
nuestra sociedad y por tanto de nosotros. El que sirve a los más pequeños, en
todos los sentidos y no el que manda, ese es el más grande en el Reino de Dios.
Cuando se escribe este evangelio la comunidad cristiana tenía ya experiencia de
los problemas diarios que estaban viviendo de grandes y pequeñas ambiciones y
rivalidades y que nos describen también las cartas apostólicas. Es necesario
volver una y otra vez a los evangelios ya que la razón última que hace el Señor
se basa en su propia persona y en su ejemplo.
Es una buena oportunidad para
preguntarnos: ¿Qué reino espero yo? ¿qué criterios aplico para relacionarme con
las personas?
Al final de la oración no olvidarnos
de darle gracias a Dios Padre por las gracias recibidas, por su luz y por su
fuerza, y a la vez pedir perdón por tantas veces como he cerrado el oído para
no escuchar sus palabras de salvación.