30 septiembre 2016. Viernes de la XXVI semana de Tiempo Ordinario – San Jerónimo – Puntos de oración

Cuando leo el salmo 138, no puedo dejar de recordar a un “hombre de Dios” que ya disfruta del “rostro del Padre”. Al leer Señor, tú me sondeas y me conoces quedaba como “extasiado”, desde fuera uno percibía que algo profundo estaba ocurriendo allí. A medida que explicaba el salmo los ojos empezaban a brillar y a humedecerse. No había duda que hablaba desde el corazón, que intentaba trasmitir la vivencia más profunda que albergaba en su interior.
Me conoces cuando me siento o me levanto, de lejos penetras mis pensamientos”. Aquel hombre, había caído en la cuenta que en lo más profundo de nosotros, habita Dios. Él  nos conoce más profundamente que nosotros mismos: todas mis sendas te son familiares”. Con estos sentimientos, solo hay una opción en la vida: vivir en la verdad.
El  evangelio de Lucas de hoy, es una parte del capítulo 10, encuadrado a su  vez en el contexto de las enseñanzas que da  Jesús a sus discípulos, para prepararles al apostolado. El hombre de aquella época, como el de hoy,  vivía «dentro de sí el drama de no aceptar la salvación de Dios», porque querría «salvarse a su modo». Y Jesús llega incluso a llorar por esta «resistencia» del hombre, volviendo a proponer siempre su misericordia y su perdón.
En este pasaje del Evangelio se presenta a un Jesús que «parece algo enojado». Y «habla a esta gente para hacerla razonar», diciendo: «Si en las ciudades paganas se hubieran hecho los milagros que se hicieron entre vosotros, se habrían convertido, vestidos de sayal y sentados en la ceniza. Y vosotros, no». Así, Jesús hace como un resumen de toda la historia de la salvación, remarcando el drama de no querer ser salvados;  el drama de no aceptar la salvación de Dios. Como si los hombres le dijeran: «Sálvanos, Señor, pero a nuestro modo».
¡Qué absurdo, buscar la salvación fuera del camino que nos propone quien nos ha creado y quien nos conoce mejor que nosotros mismos!, como nos enseña el salmo. 
Tan absurdo como el comportamiento de aquel personaje que nos cuenta Unamuno, en su novela Niebla: Augusto Pérez. Aquel personaje va a visitar al propio Unamuno, para pedirle que le borre de la novela, quiere ser libre y no moverse a las órdenes de un guion. En su delirio, llega a plantearse hasta la posibilidad de matar al propio autor.
Unamuno se irrita con Augusto y le aparta de su lado, Dios tiene una infinita paciencia con cada uno de nosotros. Si escalo el cielo, allí estás tú”; Nos espera en cada recodo del camino. Si vuelo hasta el margen de la aurora, si emigro hasta el confín del mar, allí me alcanzará tu izquierda, me agarrará tu derecha.” Nos ama con ese amor de madre, que como dice la canción: “Y una madre no se cansa de esperar”.

Acabemos estas reflexiones con un coloquio con Jesús.  San Ignacio nos lo precisa: “el coloquio se hace, propiamente hablando, así como un amigo habla a otro, o un siervo a su señor: cuándo pidiendo alguna gracia, cuándo culpándose por algún mal hecho, cuándo comunicando sus cosas y queriendo consejo en ellas. Y decir un Pater noster”.

Archivo del blog