10 octubre 2010. Lunes de la XXVIII semana de T. O. – Sto. Tomás de Villanueva – Puntos de oración

En la primera lectura, el propio S. Pablo nos hace el comentario–resumen de su relato; “para vivir en libertad Cristo nos ha liberado. Por tanto, manteneos firmes y no os sometáis al yugo de la esclavitud.”
Es consolador pensar y a la vez una responsabilidad, interiorizar la entrega del Señor por cada uno para hacernos libres. El apóstol invita a estar firmes ante la tentación para no vernos sometidos a los distintos modos de esclavitud. Acojámonos a esta “maternidad” (hijos de la mujer libre) que Jesús inaugura desde la cruz. ¡Cuánta verdad hay en la expresión: “hijos de la libertad”! Tal como nos la presenta S. Pablo.
Mirando una y mil veces a Cristo en la cruz, y su entrega, es como vamos calando en la repercusión de nuestras esclavitudes. ¡Sólo os pido que le miréis! nos recuerda Santa Teresa. Ese “manteneos firmes” de S. Pablo se nos irá regalando si no nos cansamos de mirar al crucificado por nuestro amor.
Alabamos al Señor, de manera reiterada, con el salmo. Pero se nos invita a reflexionar que “el Señor, Dios nuestro, aunque elevado sobre su trono, se abaja para mirar al Cielo y la tierra”. Y no es, podríamos decir, una mirada “de curiosidad para entretenerse” sino que se moja con nuestra realidad, nos ayuda “levanta del polvo al desvalido, alza de la basura al pobre”. Aquí se supone, en nosotros, una actitud; exponerle nuestra miseria, nuestros pecados, nuestra basura (dice textualmente el salmista). Esta doble direccionalidad (de Dios respecto al hombre y viceversa) se concreta de manera maravillosa en la confesión. Tanto se abaja aquí Dios que se cuela en el sacerdote para escuchar, decirnos una palabra y regalarnos su perdón cariñoso.
Parece que va uniendo un hilo conductor la primera lectura (mirando a Cristo, rechazar el pecado), en el salmo (dejarnos limpiar y levantar del barro en la confesión) y en el evangelio (no resistirnos a la conversión con disculpas de necesitar signos). Veámoslo brevemente.
Jesús recurre a Jonás y a “la reina del Sur” para destapar la incredulidad y resistencia a la conversión. En efecto, los habitantes de Nínive se convirtieron al igual que esa reina viajo desde lejos para admirar la sabiduría de Salomón. Inmediatamente después el Señor aclara; “lo mismo será el Señor para esta generación” y “aquí hay uno que es más que Jonás”. Solamente el Hijo de Dios puede autoproclamarse como signo verdadero y mucho más, pues da su vida.
Había dicho Jesús: “Estos son mi madre y mis hermanos, los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen”. Sin duda esta es la actitud de conversión que vemos ejemplarmente vivida en La Virgen y que más agrada a su Hijo. Tomando de su ejemplo nos animamos a escuchar y cumplir esa palabra que genera vida nueva.
Pidamos ayuda al Espíritu Santo y a Santa María para conocer nuestras resistencias y autoengaños a la conversión. Para que no miremos a otro lado entreteniéndonos con sucedáneos. El fondo de nuestro corazón y de nuestra conciencia no nos engañan ¡hagámosles caso!: ahí habla el Señor si somos sinceros y nobles con nosotros mismos.
En un par de días vamos a celebrar a nuestra querida santa Teresa de Jesús. Ella recorrió durante media vida un fatigoso camino de caer y levantarse para volver a caer y mirar de nuevo al Señor. No vamos a ser nosotros menos en nuestra condición de pecadores. Pero también hemos experimentado la bondad del Señor. Le hemos contemplado ¡tantas veces en la cruz!
Os dejo estas palabras de Teresa para ir preparándonos a su fiesta:
"Con tan buen amigo presente, con tan buen capitán que se puso en lo primero en el padecer, todo se puede sufrir: es ayuda y da esfuerzo, nunca falta; es amigo verdadero" (V. 22, 6).
“Mirad que no está aguardando otra cosa como dice a la esposa, sino que le miremos. Como le quisiereis, la hallaréis" (C 26, 13).

 "Representad al mismo Señor junto con vos y mirar con que amor y humildad os está enseñando; y creedme, mientras pudiereis no estéis sin tan buen amigo… (C 26, 13).

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