23 octubre 2016. Domingo de la XXX semana de Tiempo Ordinario (Ciclo C) – Puntos de oración

Hoy viajaba en el metro y una chica, joven y española, comentaba, muy bajito y casi tartamudeando, que hace 5 meses se quedó sin padres y tiene un hermano de 7 años. Vive con una paga de 300 euros que no le da para salir adelante los dos. Ha hecho gestiones, pero la solución que le ofrecen, es dejar a su hermano en centros de acogida. Como ella no quiere separarse de él nos dice que prefiere pedir antes que se lo quiten.
Ante esta llamada, tímida,  temblorosa y tan poco comercial la respuesta fue UNA GRAN GENEROSIDAD… gracias, gracias, gracias decía una y otra vez la joven.
Si esto hacemos los hombres, como decía Jesús, siendo malos, ¡cómo no va a escucharnos el corazón tiernísimo de nuestro Dios!, escucha las súplicas del oprimido”, dice la primera lectura de mañana. Pero, ¡claro! Es preciso hacerse pequeño, muy pequeño, para mendigar. Y esto, ¡cómo cuesta!
Cuando uno grita, el Señor lo escucha y lo libra de sus angustias”, nos sigue diciendo el Salmo 33. Está el riesgo de quedarnos confundidos, abatidos y sin esperanza por el propio dolor. Pero se nos invita a levantar la mirada, hacia Dios y hacia los que tenemos cerca, para pedir esa ayuda. Y ¡vaya que si llega! Es lo que experimentamos en momentos de sufrimiento, limitaciones físicas o temporadas donde el dolor se hace compañero de viaje. Pedir ayuda y dejarse ayudar. El Señor también está, se manifiesta, a través de los que más nos quieren, también en nuestro dolor.
En la segunda lectura S. Pablo da un par de pasos más sobre el hecho de sufrir e invocar al Señor. Dice: “me ayudó y me dio fuerzas para anunciar íntegro el mensaje”. Este tercer escalón, del sufrimiento por el anuncio, nos invita a incorporar progresivamente el compromiso por la extensión del Reino. Como a Pablo, puede ocurrirnos que “todos nos abandonen, y nadie nos asista”.
Si esto nos ocurre alguna vez, cuarto escalón, la esperanza y la promesa de ser premiados, nos va a mantener firmes y con fuerza para seguir anunciando el mensaje de vida. “Ahora me aguarda la corona merecida, con la que el Señor, juez justo, me premiará en aquel día”. Recordamos a los mártires mexicanos José Sánchez del Río y 11 compañeros más, beatificados el pasado domingo. Esa esperanza del Cielo les infundió coraje para no renunciar de su fe, dar testimonio público de Cristo Rey y soportar los grandes sufrimientos que les hicieron pasar.
El Evangelio nos presenta la parábola de los dos que fueron al templo a orar. Uno lo hacía apoyándose en sus obras, y despreciando a los demás, y sin embargo, el otro, se reconocía pecador y sin méritos para ser escuchado. Aquí se nos está recalcando la importancia de colocarnos ante Dios, con la verdad de lo que somos. Es una locura pretender “comprarle favores” con cuatro cosillas, que además nos la ha regalado Él.
Nos decía Santa Teresa que humildad es andar en verdad. Y, cuando nos colocamos ante el Señor, la verdad es que somos pecado y nada. La oración, resumiendo, podemos decir que es una mezcla de reconocer nuestra indigencia pero nadando en confianza. Esta, da gloria a Dios y no los escasos méritos que podamos presentarle. Como decíamos al principio, con el testimonio de esa joven, aprendamos a mostrar tal cual la pobreza y necesidad en que andamos metidos. Y al actuar así, y como a ella, vendrá una catarata de ayuda. La necesidad conmueve el corazón, ¡y a ver quién gana a Dios en esto!

¡Santa María!, tú nos enseñaste en el Magnificat a colocarnos en nuestro lugar. Y también que, al actuar así, el Señor nos va a alzar (¿cuándo, cómo?, no nos importa). Eso sí, no nos dejes de tu mano. Aún más, llévanos en tus brazos. Y sé tú en nosotros porque, como sabes, lo normal es que estropeemos las cosas cuando actuamos sin ti.

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