29 octubre 2016. Sábado de la XXX semana de Tiempo Ordinario – Puntos de oración

Hoy el Señor en este Evangelio nos habla de la humildad. A simple vista las palabras del Señor pueden parecer un consejo de buenos modales, una norma de prudencia o una manera de conducirse en un mundo en el que nos movemos por motivos de vanidad o gloria humana.
Pero la actitud de Jesús y su testimonio de vida desmienten esta manera de conducirse por el mundo, por tanto, el asunto debe ser más profundo de lo que parece. El que nació en un establo donde nadie le vio nacer, el que se puso en la cola de los pecadores que iban a ser bautizados por Juan Bautista ¡Dios haciendo cola!, no tiene sentido que actúe, y anime a sus discípulos a actuar, para “quedar bien”.
Lo que Jesús nos plantea realmente es una llamada a la humildad, pero a la humildad de corazón en un mundo en el que nos movemos por motivos inconfesables: prestigio, vanidad, honor, envidia… Esta humildad de corazón nace de la certeza de saberse amado por Dios. Saberse amado, aunque sea sin mérito propio, y de una manera incondicional, por un Dios padre providente hace que nuestro corazón se encuentre colmado, pleno, rebosante, de tal manera que todo lo demás pase a ser secundario. Conoce ¡oh cristiano tu dignidad! Decía un autor clásico. Porque ¿Hay mayor dignidad que ser hijo de Dios?
Si Dios es mi padre… ¿qué me puede faltar? Es lo que cantan las carmelitas descalzas en sus conventos. Es por esto que ellas viven felices, colmadas, plenas y también humildes, y todo esto junto.
¡Cuántos disgustos, berrinches y frustraciones nos evitaríamos si, conscientes de esta realidad, viviéramos al margen del que dirán! ¡Cuánto sufrimiento por no sentirnos suficientemente reconocidos en casa, en el trabajo, en la familia, en clase, en el equipo! ¡Cuántos desvelos y afanes por destacar, por decir la última palabra, por “trepar”. Y esto incluso entre los que nos llamamos cristianos.
¡Qué libertad la del que no necesita del halago de los demás, ni de los aplausos, ni se irrita por el progreso de los que le rodean! Esa es la libertad de los hijos de Dios. De esa libertad nace la magnanimidad, la generosidad, el desapego a las cosas y el afecto a las personas, porque no se las ve como competidores.

Pidamos a la Virgen en este sábado que nos alcance conocer y vivir esta verdad, porque “humildad es saber andar en verdad”.

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