Hoy el Señor en este Evangelio nos
habla de la humildad. A simple vista las palabras del Señor pueden parecer un
consejo de buenos modales, una norma de prudencia o una manera de conducirse en
un mundo en el que nos movemos por motivos de vanidad o gloria humana.
Pero la actitud de Jesús y su
testimonio de vida desmienten esta manera de conducirse por el mundo, por
tanto, el asunto debe ser más profundo de lo que parece. El que nació en un
establo donde nadie le vio nacer, el que se puso en la cola de los pecadores
que iban a ser bautizados por Juan Bautista ¡Dios haciendo cola!, no tiene
sentido que actúe, y anime a sus discípulos a actuar, para “quedar bien”.
Lo que Jesús nos plantea realmente es
una llamada a la humildad, pero a la humildad de corazón en un mundo en el que
nos movemos por motivos inconfesables: prestigio, vanidad, honor, envidia… Esta
humildad de corazón nace de la certeza de saberse amado por Dios. Saberse
amado, aunque sea sin mérito propio, y de una manera incondicional, por un Dios
padre providente hace que nuestro corazón se encuentre colmado, pleno,
rebosante, de tal manera que todo lo demás pase a ser secundario. Conoce ¡oh
cristiano tu dignidad! Decía un autor clásico. Porque ¿Hay mayor dignidad que
ser hijo de Dios?
Si Dios es mi padre… ¿qué me puede
faltar? Es lo que cantan las carmelitas descalzas en sus conventos. Es por esto
que ellas viven felices, colmadas, plenas y también humildes, y todo esto
junto.
¡Cuántos disgustos, berrinches y
frustraciones nos evitaríamos si, conscientes de esta realidad, viviéramos al
margen del que dirán! ¡Cuánto sufrimiento por no sentirnos suficientemente
reconocidos en casa, en el trabajo, en la familia, en clase, en el equipo! ¡Cuántos
desvelos y afanes por destacar, por decir la última palabra, por “trepar”. Y
esto incluso entre los que nos llamamos cristianos.
¡Qué libertad la del que no necesita
del halago de los demás, ni de los aplausos, ni se irrita por el progreso de
los que le rodean! Esa es la libertad de los hijos de Dios. De esa libertad
nace la magnanimidad, la generosidad, el desapego a las cosas y el afecto a las
personas, porque no se las ve como competidores.
Pidamos a la Virgen en este sábado
que nos alcance conocer y vivir esta verdad, porque “humildad es saber andar en
verdad”.