Nos ponemos delante del Señor para
dejarnos querer. Amar y sabernos amados, esa debería ser nuestra oración. Como
en cualquier relación nunca hay que dar las cosas por hechas, siempre son
nuevas y valiosas. Ojalá nunca nos acostumbremos a que todo un Dios nos espera
para estar con nosotros y sepamos sorprendernos cada día de los milagros
diarios que nos regala.
También, de vez en cuando toca
revisar cómo llevamos nuestra relación y hoy el Señor en la primera lectura nos
plantea algunas preguntas con miga. ¿Respondes a la ley o respondes a la fe?,
lo cual me sugiere: ¿Acudes a la oración como deber cristiano o porque
necesitas esa relación con Dios? Da igual si es con la eucaristía, balances,
rosario... cada uno los momentos que tenga específicos.
Quizás la mejor manera de ver nuestro
propio interés sea pensar en cómo preparamos esos momentos, cuando algo nos
importa mucho le dedicamos mucho tiempo de preparación. ¿Preparamos los
momentos de relación con Dios?
En cualquier comparación que hagamos
hasta el más santo del mundo va a salir perdiendo con Dios, siempre nos quiere
más, es imposible corresponder mínimamente a su Amor. Quizás por eso en
el Evangelio nos insiste en que le pidamos. En esto solemos ser buenos, pedir
se nos da bien. Pero ¿pensamos realmente en qué es lo que necesitamos para
pedírselo?
Nosotros no podemos pero Él sí, vamos
a pedirle en el día de hoy que nos ayude a quererle, a cuidarle y colocarle en
el sitio que merece en nuestra vida.
Acudamos a la Madre, desde su
corazón, con la confianza de un niño, pidámosla que nos ayude a querer a su
hijo. Si en vez de nosotros es ella quién se lo pide, el Señor no puede decirle
que no. Tenemos un tesoro en María para que nos lleve a Jesús.