El Señor es mi luz y mi salvación.
La Iglesia nos regala un año más este tiempo fuerte del
Adviento, tiempo litúrgico, pero sobre todo, torrente de gracia de Dios que nos
refresca y lava. Una buena actitud al empezar el adviento es la de cerrar el
paraguas protector anti-misericordia y colocarnos de cara a la luz que viene de
lo alto. Siempre debemos cuidar la oración, pero si cabe aún más en este tiempo
de preparación a la navidad y en particular en esta semana previa a la fiesta
de la Inmaculada. Si nos es posible preparemos la oración desde la noche
anterior, por ejemplo leyendo la oración del militante antes de dormirnos.
La oración colecta de la misa de hoy nos puede servir como
introducción a este rato de intimidad que es la oración personal:
“Despierta tu poder y ven, Señor; que tu brazo
liberador nos salve de los peligros que nos amenazan a causa de nuestros
pecados”.
Verdaderamente estamos amenazados, pero no tanto por el
paro –que también; ni por el calentamiento global, al menos de inmediato, ni
por los resfríos propios del invierno que se acerca; ni…, sino por nuestros pecados.
El profeta Isaías, hoy en la primera lectura (Is 29,
17-24) nos dice que no debemos perder nunca la
esperanza. Para un creyente nunca hay motivos suficientes para la
desesperación, por muy mal que se presenten las cosas. El pueblo de Israel
pasaba una tremenda crisis, estaba totalmente humillado y el profeta, en nombre
de Dios, les habla con palabras de aliento: “Pronto, muy pronto, el Líbano (mi alma con las mil dificultades que
me agobian) se convertirá en
vergel (lugar apacible donde
se vive tranquilo), el vergel
parecerá un bosque (del que se pueden sacar muchos
frutos); aquel día (ahora) oirán los sordos las palabras del libro (habla, Señor, que tu siervo quiere
escuchar); sin tinieblas ni
oscuridad verán lo ojos de
los ciegos (Señor, que te
vea)”. Pasemos por el
corazón estas palabras de ánimo y aliento. Pidamos a la Virgen en esta oración
que como ella no seamos sordos a la palabra de Dios ni ciegos para ver el
rostro amoroso y providente de Dios
En el Evangelio (Mt 9, 27-31), Jesús cura a dos ciegos.
Éstos, después de ser curados y a pesar de que Jesús les había mandado
severamente: ¡cuidado con que
lo sepa alguien!, hablaron de Jesús por toda la comarca. Hemos empezado la
oración con el salmo: El Señor
es mi luz y mi salvación. Cuando
hemos sido tocados por el Señor, por su luz, nos resulta fácil contarlo y
muchas veces, ni siquiera hacen falta palabras, pues esa luz interior se
refleja al exterior y la gente se da cuenta. Es lo que les pasó a unas monjas.
Hace unos días leí en una reseña biográfica de la beata madre Nazaria,
fundadora de las Misioneras Cruzadas de la Iglesia, que un día de 1936 estando
en la casa de Carabanchel Alto unos milicianos entraron para llevarse a las
monjas y fusilarlas, pero al verlas tan alegres y dispuestas a dar la vida por
su fe, quedaron tan confundidos que se marcharon por donde habían venido
comentando: “estas mujeres no son como otras”.
En María encontramos el modelo de orante humilde y
perseverante que ve a Dios y lo acoge en su corazón. Y así, María es la
misionera por excelencia.
Abelardo nos decía muchas veces que de la oración se
sale con Dios en el corazón y el mundo a los pies. Para terminar la oración os propongo hacer un
coloquio con Nuestra Señora. Para ello podemos repetir algunas frases del P.
Morales: “¡Santa María del Adviento! ¡Corazón Inmaculado de María, prepara
en nuestros corazones los caminos del Señor! Dios te salve, María… llena de
gracia,…