2 diciembre 2016. Viernes de la primera semana de Adviento – Puntos de oración

El Señor es mi luz y mi salvación.
La Iglesia nos regala un año más este tiempo fuerte del Adviento, tiempo litúrgico, pero sobre todo, torrente de gracia de Dios que nos refresca y lava. Una buena actitud al empezar el adviento es la de cerrar el paraguas protector anti-misericordia y colocarnos de cara a la luz que viene de lo alto. Siempre debemos cuidar la oración, pero si cabe aún más en este tiempo de preparación a la navidad y en particular en esta semana previa a la fiesta de la Inmaculada. Si nos es posible preparemos la oración desde la noche anterior, por ejemplo leyendo la oración del militante antes de dormirnos.
La oración colecta de la misa de hoy nos puede servir como introducción a este rato de intimidad que es la oración personal:
Despierta tu poder y ven, Señor; que tu brazo liberador nos salve de los peligros que nos amenazan a causa de nuestros pecados”.
Verdaderamente estamos amenazados, pero no tanto por el paro –que también; ni por el calentamiento global, al menos de inmediato, ni por los resfríos propios del invierno que se acerca; ni…, sino por nuestros pecados.
El profeta Isaías, hoy en la primera lectura (Is 29, 17-24) nos dice que no debemos perder nunca la esperanza. Para un creyente nunca hay motivos suficientes para la desesperación, por muy mal que se presenten las cosas. El pueblo de Israel pasaba una tremenda crisis, estaba totalmente humillado y el profeta, en nombre de Dios, les habla con palabras de aliento: “Pronto, muy pronto, el Líbano (mi alma con las mil dificultades que me agobian) se convertirá en vergel (lugar apacible donde se vive tranquilo), el vergel parecerá un bosque (del que se pueden sacar muchos frutos); aquel día (ahora) oirán los sordos las palabras del libro (habla, Señor, que tu siervo quiere escuchar); sin tinieblas ni oscuridad verán lo ojos de los ciegos (Señor, que te vea)”. Pasemos por el corazón estas palabras de ánimo y aliento. Pidamos a la Virgen en esta oración que como ella no seamos sordos a la palabra de Dios ni ciegos para ver el rostro amoroso y providente de Dios
En el Evangelio (Mt 9, 27-31), Jesús cura a dos ciegos. Éstos, después de ser curados y a pesar de que Jesús les había mandado severamente: ¡cuidado con que lo sepa alguien!, hablaron de Jesús por toda la comarca. Hemos empezado la oración con el salmo: El Señor es mi luz y mi salvación. Cuando hemos sido tocados por el Señor, por su luz, nos resulta fácil contarlo y muchas veces, ni siquiera hacen falta palabras, pues esa luz interior se refleja al exterior y la gente se da cuenta. Es lo que les pasó a unas monjas. Hace unos días leí en una reseña biográfica de la beata madre Nazaria, fundadora de las Misioneras Cruzadas de la Iglesia, que un día de 1936 estando en la casa de Carabanchel Alto unos milicianos entraron para llevarse a las monjas y fusilarlas, pero al verlas tan alegres y dispuestas a dar la vida por su fe, quedaron tan confundidos que se marcharon por donde habían venido comentando: “estas mujeres no son como otras”.
En María encontramos el modelo de orante humilde y perseverante que ve a Dios y lo acoge en su corazón. Y así, María es la misionera por excelencia.

 Abelardo nos decía muchas veces que de la oración se sale con Dios en el corazón y el mundo a los pies. Para terminar la oración os propongo hacer un coloquio con Nuestra Señora. Para ello podemos repetir algunas frases del P. Morales: “¡Santa María del Adviento! ¡Corazón Inmaculado de María, prepara en nuestros corazones los caminos del Señor! Dios te salve, María… llena de gracia,…

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