¡Que en sus días florezca la justicia y la
paz abunde eternamente! Dice el salmo, y es bueno
repetirlo varias veces en la oración de hoy y a lo largo del día. En realidad,
con el nacimiento de Cristo, al que nos preparamos, se establece una nueva
forma de justicia y una nueva paz. Se trata de una justicia atravesada por la
misericordia y de una paz interior duradera. Podemos reflexionar cómo el mundo
pide hoy una justicia, digamos justiciera, que castiga las faltas y errores de
otros para satisfacer o restituir el mal que se hizo. Con la venida de Cristo
el nuevo juez es él mismo, porque como dice Juan el Bautista:“Él tiene el bieldo en la mano: aventará su parva, reunirá su trigo en el
granero y quemará la paja en una hoguera que no se apaga”. Pero la justicia se establecerá de forma diferente. El objetivo de
la justicia de Dios es perdonar al pecador y que este se sienta perdonado para
que sabiéndose amado ame a los demás.
Y la paz que pediremos insistentemente
en estos días de Adviento y Navidad, es un paz personal, que evite las guerras
porque no hay nadie en desacuerdo consigo mismo, y esa paz con la vida, con las
cosas, con las enfermedades y el dolor, o con el trabajo o el apostolado, se
extenderá como un regueros de agua que manan de una misma fuente al mundo
entero. El mundo pide paz de guerras y se olvida de la paz interior. Nosotros
pedimos por la paz interior de cada ser humano, para que de esa forma se acaben
las guerras.
Hay que rezar estos días pidiendo y
esperando. El niño que va a nacer dijo luego aquello de “pedid y se os dará”,
si pedimos bien ya está concedido. Quizá no se otorgue el capricho pedido, pero
sí el cumplimiento de la voluntad de Dios en mí. Pido lo que quiero, pero como
quiero y acepto lo que Dios quiere para mí, entonces siempre recibo lo que
pido.
Es una espera confiada en que Dios
viene. Se cumple la promesa y la petición hoy mismo. Hoy mismo viene Dios.
Llegará en 21 días hecho niño, pero ese día es hoy, porque en cada Eucaristía
llega.