Empezamos invocando al Espíritu Santo
para que nos ayude en este rato de oración. Que nos enseñe a hablar con el
Padre, que serene nuestro corazón y nuestra alma para poder aprovechar este
momento. Pedimos ayuda también a la Virgen y a San José, conocedores íntimos de
Jesús y maestros de oración.
Hoy, el Señor nos habla en las
lecturas de la familia. La más cercana; los de nuestra sangre, pero también con
un sentido más amplio; aquellos que por la fe y por la redención de Cristo
forman una unidad con nosotros en la Iglesia.
Con el fin de la Navidad y el inicio
del tiempo ordinario nos topamos también con un cambio en la relación con
nuestra familia. La fiesta deja paso a la monotonía de la vida cotidiana y
quizá a una relación más fría dentro de nuestros hogares. Las ocupaciones del
nuestro trimestre llenan nuestro tiempo y ya no tenemos tiempo para hablar
tranquilamente con nuestros padres, jugar con nuestros hermanos… detalles de
cariño que unen la familia, que hacen de una casa un hogar. Esforcémonos por
ser capaces de hacer ese esfuerzo de santificar la familia desde la sencillez
de lo cotidiano. Recemos por nuestras familias.
Tengamos presentes también a nuestros
hermanos perseguidos. San Pablo nos recuerda que son de nuestra misma carne y
nuestra misma sangre. Que la entrega de sus vidas nos interpele, nos haga
tomarnos más en serio nuestro compromiso de vida cristiana y que no dejemos de
rezar por ellos. Tengámosles siempre presentes como modelos de fe y confianza
en Dios y recemos por ellos.
Y no dejemos de reservar tiempo para
estar a solas con Jesús, como los discípulos, como todos los enfermos que le
buscaban sin parar porque sabían que en Él encontrarían la Vida. Salgamos al
encuentro del Señor que quiere encontrarnos cada día en la oración.