* Primera
lectura: Ante la añoranza que algunos cristianos sentían de los
valores que habían abandonado al convertirse a Cristo (el Templo, los
sacrificios, el culto. el sacerdocio), el autor de la carta insiste en mostrar
cómo Jesús es superior a todo el Antiguo Testamento, sobre todo a su
sacerdocio. Enumera los varios aspectos en que era deficiente el sacerdocio de
antes y perfecto el de Cristo. Los sacerdotes del Templo eran pecadores, tenían
que ofrecer sacrificios primero por sus propios pecados, porque estaban llenos
de debilidades, lo hacían diariamente y con víctimas que no eran capaces de
salvar. Estos sacerdotes estaban «al servicio de una copia y vislumbre de las
cosas celestes», en un Templo construido por manos humanas.
Mientras que Cristo Jesús, santo, inocente y sin
mancha, no necesita ofrecer sacrificios cada día, porque lo hizo una vez por todas, no
tiene que ofrecerlos por sus propios pecados, y no ofrece sacrificios de
animales, porque se ha ofrecido a sí mismo. Es
el sacerdote del Templo construido por Dios, el santuario del cielo, donde está
glorificado a la derecha de Dios, como Mediador nuestro.
* Salmo: Jesús no ofreció víctimas distintas de sí mismo, sino su propia
persona: «Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, no pides sacrificio
expiatorio: entonces yo digo, aquí estoy para hacer tu voluntad». Por eso, «Jesús puede salvar definitivamente
a los que por medio de él se acercan a Dios, porque vive siempre para
interceder en su favor». Mucho más que holocaustos y sacrificios, al Señor
le agrada la fidelidad a su voluntad. El
culto que le tributamos al Señor debe llegar a nuestra vida diaria, de tal
forma que se convierta toda ella en una continua ofrenda de suave aroma en su
presencia. Ser fieles a
la voluntad del Señor sobre nosotros mira a anunciar el Evangelio no sólo con
los labios, sino con las actitudes, con las obras y con la vida misma.
* Evangelio: Comentario de Juan
Casiano (hacia 360-435) fundador del monasterio de Marseille Conferencia 13, SC 54, pág. 156
“Venid a mí todos, los de Galilea, de
Idumea, de Tiro y de Sidón”
Dios no ha creado al hombre para que
se pierda sino para que tenga vida eterna. Este designio es inmutable. ..
Porque “quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de
la verdad” (1Tim 2,4). Esta es la voluntad de vuestro Padre que está en los
cielos. Dice Jesús “que ninguno de estos pequeños se pierda” (Mt 18,14). Y
en otro lugar está escrito: “Dios no desea que se pierda una sola alma; difiere
el cumplimiento de la sentencia para que pueda volver el descarriado” (cf 2Sm
14,14; 2P 3,9). Dios es veraz, no miente cuando asegura con juramento: “Por mi
vida, no quiero la muerte del pecador sino que se convierta de su mala conducta
y viva.” (Ez 33,11).
¿Se puede, entonces, pensar sin
cometer un grave sacrilegio, que Dios no quiere la salvación de todos sino sólo
de unos cuantos? Quien se pierde se pierde contra la voluntad de Dios. Cada día
nos llama a gritos: “Convertíos de vuestra mala conducta. ¿Por qué vais a
morir, pueblo de Israel? (Ez 33,11) Y de nuevo insiste: “Por qué persisten en
el engaño y se niegan a volver? Endurecieron su rostro más que la roca y se
niegan a convertirse.” (Jr 8,5; 5,3) La
gracia de Cristo está siempre a nuestra disposición. Como quiere que todos los
hombres se salven, los llama sin cesar a todos: “Venid a mí, todos los que
estáis cansado y agobiados y yo os aliviaré.” (Mt, 11,28).
ORACIÓN FINAL:
Dios, creador y restaurador del
hombre, que has querido que tu Hijo, Palabra eterna, se encarnase en el seno de
María, siempre Virgen, escucha nuestras súplicas, y que Cristo, tu Unigénito,
hecho hombre por nosotros, se digne hacernos partícipes de su condición divina.
Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.