Hoy recordamos cómo los magos de
Oriente se presentaron en Belén para adorar al Niño recién nacido. Estos magos
a lo largo de la historia han sido retratados de muy diversas maneras; en la
pintura gótica algunos autores quisieron que cada mago reflejase una etapa de
la vida: uno la juventud, otro la madurez y el último la ancianidad, cada uno
de ellos llamado a aportar a Jesús lo propio y más bello de su etapa. Cada uno
de nosotros tiene dones, virtudes, valores que ofrecer al Hijo de Dios; no
tenemos oro, incienso y mirra pero quizás tengamos algo que Jesús nos quiera
pedir hoy.
Pero sin duda, los magos recibieron
mucho más de lo que traían consigo: la mirada brillante de María, el rostro
confiado de José... e, inevitablemente, las palabras cedieron el paso a la
contemplación. El lenguaje de Dios, al igual que el de un bebé, es mucho más
simple que las palabras: gestos, estar, amar…; el silencio se impone ante la
Verdad. La estrella de luz fue precursora de la verdadera Luz que tenían ante
ellos. Deshagámonos hoy de impedimentos y barreras para que podamos identificar
nuestras estrellas de luz y lleguemos también al pesebre, Él tiene una palabra
para nosotros.
María, haznos conscientes de que esto
está ocurriendo de nuevo, no es una Navidad más, necesitamos volver a hacernos
como niños, como tu Hijo, para poder estar confiados en tus brazos.