* Primera lectura: Cuando las dificultades empiezan a apretar, hasta el recuerdo de los ajos y
cebollas de Egipto es más fuerte que la confianza en el Dios que libera: ¿está
Dios de nuestra parte o no? Quien busca pruebas no se satisface nunca. Como
pasaba en tiempos de Jesús. Como pasa también en nuestro tiempo. ¿Se puede
creer en un Dios que permite estos males en el mundo y que sufran las personas
inocentes? ¿Está o no está el Señor en medio de nosotros? Dios no
dará más pruebas. Ofrece sólo algunas señales de su
presencia para los que tienen ojos y quieren ver. Siempre puede brotar
de la roca agua para los sedientos. El desierto puede llegar a ser lugar de
encuentro y amor. En el desierto, más que en ningún otro sitio, el agua crea,
mantiene y acrecienta la vida. El agua es la vida. Dios da el agua salida de la
roca. Pablo escribe a los corintios que la roca era Cristo (1 Co 10. 4). Juan
nos cuenta cómo el último día de la fiesta de las tiendas, mientras el
sacerdote llevaba el agua de la piscina de Siloé en el aguamanil de oro, en
medio de los hosannas y el susurro de las palmas, Jesús decía: "Si
alguno tiene sed venga a mí. Y beba el que cree en mí; como dice la Escritura,
ríos de agua viva manarán de su seno (del seno del Mesías).
Seguidamente explica el evangelista que se refería al Espíritu Santo.
* Salmo: El salmo nos recuerda que nosotros somos el pueblo de Dios y que
él nos quiere guiar, como hace un pastor con su rebaño, para introducirnos en
la tierra prometida. Él, que nos ha pensado desde siempre, sabe
cómo tenemos que caminar para vivir en plenitud, para alcanzar nuestro
verdadero ser. En su amor nos sugiere qué hacer, qué no hacer y nos señala el
camino a seguir. Podemos orar así: “hazme dócil, Señor, quiero escuchar tu voz;
hazme entender, hazme aceptar, hazme creer. Hazme ver que la manera de llegar a
tu descanso es confiar en ti, fiarme en todo de ti, poner mi vida entera en tus
manos con despreocupación y alegría. Entonces podré vivir sin ansiedad y morir
tranquilo en tus brazos para entrar en tu paz para siempre. Que así sea,
Señor”.
* Segunda lectura: Esta lectura responde a los interrogantes de la primera. La prueba de que
Dios está con nosotros y nos ama, dice San Pablo, es que Cristo
murió por nosotros y resucitó para nosotros. Y no sólo está entre nosotros,
sino que está en nosotros, porque «el amor de Dios se ha derramado en nuestros
corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado». Es una
revelación asombrosa. Es el culmen de la donación de Dios. No sólo dará agua en
el desierto o maná o codornices o victorias, sino que se da a sí mismo para
saciar nuestras insatisfacciones y colmar nuestras esperanzas. El Espíritu
Santo será el surtidor de agua que salte hasta la vida eterna, para que ya
nadie muera de sed. Es la mejor respuesta a los incrédulos del desierto y la
mejor oferta a la samaritana del pozo. Así, pues, la fe y la
esperanza se alimentan mutuamente de la caridad que vive en nosotros (1 Cor.
13, 7-13).
* Evangelio: Para todos los sedientos: hay una solución definitiva. No es el pozo
de Jacob, que es viejo y que se agota. La solución definitiva es hacer un nuevo
pozo y meterle dentro; la solución definitiva es beber del agua de Cristo. La
solución definitiva es Cristo. Cristo es el Moisés perfecto, que va a
sacar nueva agua de su roca para saciar toda la sed del mundo.
La página del evangelio es bellísima y
sugerente, llena de sentido. Este hombre cautiva, tiene sed y ofrece
agua, está cansado y libera de las cargas, pregunta cosas y lo sabe todo,
parece un extraño y se mete en el corazón. En él se concentra toda la sed del
mundo, todos los deseos y los interrogantes de la mujer; pero en él están todas
las respuestas y todos los manantiales.
Lo único que se necesita es acercarse a
él, o dejar que él se acerque a nosotros, y acogerle y pedirle. Él no se impone, se ofrece: «Si conocieras el don de Dios», si
supieras, si tú quieres...
ORACIÓN FINAL:
Oh Dios, Padre de misericordia, cuyo
Hijo, clavado en la cruz, proclamó como Madre nuestra a santa María Virgen,
Madre suya, concédenos, por su mediación amorosa, que tu Iglesia, cada día más
fecunda, se llene de gozo por la santidad de sus hijos, y atraiga a su seno a
todas las familias de los pueblos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.