Pocas veces tenemos la ocasión de
dedicar la oración a nuestro querido San José. Las lecturas tejen un tapiz
precioso dedicado a José. Vamos a considerarlas brevemente para después
centrarnos en la escena del evangelio. Os propongo primero una consideración y
luego una contemplación, según el esquema de oración ignaciano.
1.- Consideración:
Las dos lecturas del Antiguo y del
Nuevo Testamento recogen la herencia de José. Como descendiente de la casa de
David, es el último eslabón antes de Cristo. La profecía de Natán sobre la casa
de David en sentido literal se refiere a Salomón, pero en el horizonte se
perfila el Mesías prometido, y en el último peldaño para el cumplimiento de esa
profecía se encuentra José, tal como lo relata Mateo al inicio del evangelio de
hoy. La segunda lectura de la carta a los Romanos pone a José en la estela de
Abrahán, y lo prefigura como un hombre de fe al igual que su antepasado.
El salmo es un eco de la promesa del
Mesías, envuelta en la fidelidad y la misericordia de Dios.
Un detalle que no debemos pasar por
alto es que en los tres textos mencionados hay una palabra que se repite: es la
palabra “padre”. En Samuel: “Yo seré para él un padre”. En el salmo: “Él me
invocará: “Tú eres mi padre, mi Dios, mi Roca salvadora”. En Romanos: “«Te he
constituido padre de muchos pueblos»”. Los dos primeros textos se refieren a Dios,
el tercero se refiere a Abrahán.
La Iglesia, de manera muy discreta
titula a José como “esposo de María”, y sin embargo el evangelio de Juan no
duda en hablar de “Jesús, hijo de José, de Nazaret” (Jn 1,45). Por eso san Juan
Pablo II afirma en Redemptoris
Custos: “En esta familia José es el padre: no es la suya una paternidad derivada de la generación; y, sin
embargo, no es «aparente» o solamente «sustitutiva», sino que posee plenamente la autenticidad de
la paternidad humana” (n.
21). José es el padre de Jesús; es Dios Padre quien le ha confiado esta misión:
la de ser “la sombra del Padre” (Dobraczynski), la de ser de algún modo
epifanía de Dios Padre.
2.- Contemplación:
Oración inicial: Pedir gracia a Dios
nuestro Señor, para que todas mis intenciones, acciones y operaciones sean
puramente ordenadas en servicio y alabanza de su divina majestad.
1º preámbulo. Como nos dice Ignacio,
“el primer preámbulo es traer la historia de la cosa que tengo de contemplar”.
Volvemos a leer el pasaje del evangelio de las dudas, las deliberaciones y la
anunciación a José.
2º preámbulo: Es la “composición
viendo el lugar” que dirá Ignacio. Será aquí entrar en la casa de José en
Nazaret, en su taller de carpintero, para detenerse allí y ver todo con
detalle.
3º preámbulo: “Demandar lo que
quiero”. ¿Qué es lo que vamos a pedir en toda nuestra oración? Que el Señor nos
conceda la gracia de entrar en la escuela de José, la de aquellos que han hecho
de su vida un deseo continuo de cumplir la voluntad de Dios. Que esta petición
nos acompañe en todos los puntos hasta llegar a los coloquios finales.
1º punto. “El primer punto es ver las
personas”. Ver a María, acercarse a ella. Por comparación de los evangelios
podemos pensar que está ya de tres meses y los signos de su embarazo ya son
evidentes para todos. Ver cómo actúa, como confía en Dios, como espera en su
palabra, como sufre en silencio… Ver a José, acerquémonos también a él. Podemos
intuir que es un hombre joven, en la plenitud de la vida, con la fortaleza que
se requiere para un oficio como el suyo, y un hombre enteramente enamorado de
María. Ver cómo actúa, como sufre en silencio, como se esfuerza por entender,
pero no lo logra, como suplica… Ver cómo se hace la luz con la aparición del
ángel en su sueño.
2º punto: “oír lo que hablan las
personas”. Las preguntas de José, a María y a Dios… Oír las palabras del ángel:
«José, hijo de David, no temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que
hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por
nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados».
3º punto: “mirar lo que hacen las
personas”. El silencio confiado de María. La decisión de José de repudiar en
secreto a María: por seguir la voluntad de Dios expresada en las Escrituras
debe repudiar a María, pero porque la ama no quiere que sufra ningún mal y por
eso lo hará en secreto, siguiendo el espíritu de la Ley, para protegerla. La
intervención de Dios, que confirma su decisión y la rectifica. Dios confirma su
justicia, sobrepasada por el amor, y le encomienda una nueva misión: acoger a
María y ser el padre de Jesús. “Tú le pondrás por nombre Jesús”. Mirar como
José, desde el silencio de amor y adoración, acoge este nuevo sendero de la
voluntad de Dios para su vida: “José hizo lo que le había mandado”.
Ignacio concluye cada uno de estos
puntos diciendo: “y después reflectir para sacar algún provecho de cada cosa
destas”. Es decir que todo esto proyecte su luz sobre mi vida, que me impacte,
que me conmueva por dentro y toque lo más profundo de mi ser.
Terminar con un coloquio con la
trinidad de la tierra: primero con José, luego con María y finalmente con
Jesús. Dejar que el afecto empape toda nuestra relación con los tres.