Vamos a preparar
nuestra oración de mañana en este tiempo de Cuaresma. Y nos corresponden unos
textos algo duros. Pidamos pues ayuda al Espíritu Santo, a San José, a la
Virgen y al mismo Jesús para hallar gracia en ellos.
Necesitamos ese
silencio interior, esa presencia que nos vivifica, también desde lo que en
apariencia parece no ayudar.
De hecho, Jeremías,
señala una primera invitación a escuchar la voz del Señor, seguir su camino y
así todo nos irá bien. Pero detecta el drama del pecado (querer vivir al margen
del Señor):pero no escucharon ni prestaron caso. Al contrario, caminaron
según sus ideas, según la maldad de su obstinado corazón. Me dieron la espalda
y no la cara.
Dolorosos hechos
denunciados por el profeta, pero a los que podemos darle la vuelta. Es cierto
que existen en nuestro corazón situaciones, tendencias y durezas poco o nada
evangelizadas.
Como seguidores de
Jesús queremos llevarlas a su presencia (dar la cara que dice el profeta), contarle lo que
nos cuesta cambiar o bien lo que nos hacen sufrir. En ese diálogo, lo sabemos,
todo puede empezar a cambiar “he aquí que yo hago nuevas todas las cosas”
Ap. 21,5.Venzamos esa resistencia a descubrir, en el fondo mi pecado, y
veremos la reacción de Jesús. Sí, hemos experimentado muchas veces que su
gracia es más fuerte, que el calor de su herida sana, suave y progresivamente,
las mías.
En el evangelio se
nos muestra a una parte del pueblo contrariado e indignado por la acción del
Señor con uno que era mudo. Constata su cerrazón, envidia y celos porque
perdían seguidores. Están al
acecho de sus acciones e incluso se encaran con Jesús: «Por arte de Belcebú, el príncipe
de los demonios, echa los demonios», «Otros,
para ponerlo a prueba, le pedían un signo del cielo».
Y vemos cómo
reacciona el Señor, cómo intenta hacerlos entrar en razón: «Todo reino
dividido contra sí mismo va a la ruina….». Aquí aprendemos a “tratar a los
enemigos de la fe”. Pueden llegar a matarle pero, hasta ese momento, hay todo
un recorrido de explicar, razonar, ser benévolo, querer acercarlos, no actuar
desabridamente ni con violencia.
Si nos ayuda,
intentemos entrar en los sentimientos de Jesús. Aún más, esforzarse por reparar
esa dureza que vemos en otros y que pueden ser o haber sido en ocasiones las
nuestras. Esto modo de orar nos cuenta Santa Teresa que le ayudaba mucho.
También San Ignacio nos indica “entrar en la escena como si presente me
hallase”.
Ojala que nos
ayudemos a despertar en ese querer acompañar a Jesús, subir con él a Jerusalén
para morir y resucitar con él.
Como un contrapunto
fuerte y luminoso está la figura de la Virgen. Fuerte, porque ella sí presto
oídos a la palabra del Señor y la secundó en su vida. Se fio hasta las últimas
consecuencias. Y, luminoso, porque desde su hágase y estar, ha marcado
referentes para toda la historia de la humanidad. Siguió a Jesús callada pero
activamente. Así la contemplamos en varios pasajes de la vida pública.