23 marzo 2017. Jueves de la III semana de Cuaresma – Sto. Toribio de Mogrovejo – Puntos de oración

Vamos a preparar nuestra oración de mañana en este tiempo de Cuaresma. Y nos corresponden unos textos algo duros. Pidamos pues ayuda al Espíritu Santo, a San José, a la Virgen y al mismo Jesús para hallar gracia en ellos.
Necesitamos ese silencio interior, esa presencia que nos vivifica, también desde lo que en apariencia parece no ayudar.
De hecho, Jeremías, señala una primera invitación a escuchar la voz del Señor, seguir su camino y así todo nos irá bien. Pero detecta el drama del pecado (querer vivir al margen del Señor):pero no escucharon ni prestaron caso. Al contrario, caminaron según sus ideas, según la maldad de su obstinado corazón. Me dieron la espalda y no la cara.
Dolorosos hechos denunciados por el profeta, pero a los que podemos darle la vuelta. Es cierto que existen en nuestro corazón situaciones, tendencias y durezas poco o nada evangelizadas.
Como seguidores de Jesús queremos llevarlas a su presencia (dar la cara que dice el profeta), contarle lo que nos cuesta cambiar o bien lo que nos hacen sufrir. En ese diálogo, lo sabemos, todo puede empezar a cambiar “he aquí que yo hago nuevas todas las cosas” Ap. 21,5.Venzamos esa resistencia a descubrir, en el fondo mi pecado, y veremos la reacción de Jesús. Sí, hemos experimentado muchas veces que su gracia es más fuerte, que el calor de su herida sana, suave y progresivamente, las mías.
En el evangelio se nos muestra a una parte del pueblo contrariado e indignado por la acción del Señor con uno que era mudo. Constata su cerrazón, envidia y celos porque perdían seguidores. Están al acecho de sus acciones e incluso se encaran con Jesús: «Por arte de Belcebú, el príncipe de los demonios, echa los demonios», «Otros, para ponerlo a prueba, le pedían un signo del cielo».
Y vemos cómo reacciona el Señor, cómo intenta hacerlos entrar en razón: «Todo reino dividido contra sí mismo va a la ruina….». Aquí aprendemos a “tratar a los enemigos de la fe”. Pueden llegar a matarle pero, hasta ese momento, hay todo un recorrido de explicar, razonar, ser benévolo, querer acercarlos, no actuar desabridamente ni con violencia.
Si nos ayuda, intentemos entrar en los sentimientos de Jesús. Aún más, esforzarse por reparar esa dureza que vemos en otros y que pueden ser o haber sido en ocasiones las nuestras. Esto modo de orar nos cuenta Santa Teresa que le ayudaba mucho. También San Ignacio nos indica “entrar en la escena como si presente me hallase”.
Ojala que nos ayudemos a despertar en ese querer acompañar a Jesús, subir con él a Jerusalén para morir y resucitar con él.

Como un contrapunto fuerte y luminoso está la figura de la Virgen. Fuerte, porque ella sí presto oídos a la palabra del Señor y la secundó en su vida. Se fio hasta las últimas consecuencias. Y, luminoso, porque desde su hágase y estar, ha marcado referentes para toda la historia de la humanidad. Siguió a Jesús callada pero activamente. Así la contemplamos en varios pasajes de la vida pública.

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