Hoy termina la semana de Pascua, los siete días en que hemos
prolongado el gran domingo de la resurrección del Señor. Volvamos de nuevo a Él
nuestro corazón, pongámonos una vez más en sus manos y dejemos que sea Él quien
guíe nuestra oración.
Y empecemos
esta oración junto al Corazón de María. Ella, silenciosamente, alentaba a los
discípulos en los días posteriores a la muerte de Jesús. Poco a poco los iba
aglutinando, animando, esperanzando. Veámosla así mientras contemplamos el
evangelio de hoy, ya que en él descubrimos como había una unión que no se
entiende bien tras la aparente tragedia de la muerte de Jesús si no es por la
presencia de la Madre.
Así, María
Magdalena acude a “sus compañeros”, y los discípulos de Emaús acuden a “los
demás”. Es el primer paso, ponerse junto a María.
Desde ahí
contemplemos lo que narra este evangelio de san Marcos, que de alguna manera
quiere recopilar los sucesos del domingo de Pascua.
María
Magdalena descubre por fin al Maestro, lo reconoce, se llena de alegría y va a
anunciárselo a los discípulos, pero no la creen. Quizás porque estaban de duelo
y llorando. Cuántas veces no nos pasa a nosotros que no terminamos de creernos
las maravillas que Dios hace en nuestras vidas y a nuestro alrededor, porque
estamos demasiado atentos a nosotros mismos, demasiado pendientes de cómo nos
miran. El Papa Francisco nos invita a estar en salida, lo que implica no
mirarnos a nosotros, no encerrarnos en nuestras miserias, sino ponerlas en
manos del Señor y salir hacia los demás.
Los dos
discípulos que “iban caminando al campo” también reciben la visita misteriosa
de Jesús, arde su corazón mientras les explica las escrituras y al final le
reconocen en la fracción del pan. Pero cuando vuelven a contárselo a sus
compañeros, no les creen.
Podíamos
pensar que el Señor, que María, tirarían la toalla. Como quizás lo haríamos
nosotros. Pero Dios no es así, y esta vez ya se presenta Él mismo en medio de
ellos, en medio de los once, los discípulos más íntimos, y quizás también los
más desconfiados.
Les echa en
cara su falta de fe, pero también su dureza de corazón, como poniendo ahí la
causa principal de su incredulidad.
Yo creo que
con eso nos está diciendo a todos los cristianos, a una semana del mes de mayo,
que nos pongamos muy cerca de la Virgen, para que ella ablande nuestro corazón
para que la luz de Cristo resucitado disipe nuestras tinieblas, no sólo de
mente, sino también de corazón.
Tras eso,
ya sólo queda una cosa:
“Id al
mundo entero y proclamad el evangelio a toda la creación”.