24 abril 2017. Lunes de la II semana de Pascua – San Fidel de Sigmaringa – Puntos de oración

Iniciamos nuestra oración en este inicio de semana poniéndonos en presencia del Resucitado, ya sea en la capilla, en la habitación o camino del trabajo. Donde estemos y como estemos, Él se hace presente si lo invocamos de corazón.
Qué bien viene meditar, en este tiempo de Pascua, lo que nos propone hoy el evangelio de San Juan. “En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios”. Recuerdo con entrañable agrado la lectura del libro: “Cartas de Nicodemo” de Jan Dobraczynski, donde el autor nos pone el marco contextual de cómo se desarrolló este dialogo sencillo, pero de una gran profundidad. Nicodemo era fariseo, pero no uno más de ellos, tenía mucha reputación entre los suyos y era miembro del sanedrín. En el libro, se dice además que le asaltaba constantemente una gran preocupación. Se trataba de su esposa Rut, estaba moribunda y buscaba curarla por todos los medios. Este detalle, aunque solo pertenezca a la imaginación de Dobraczynski, nos puede ayudar a identificarnos mejor con éste personaje del evangelio. En el texto, podemos notar que, a diferencia de muchos fariseos, Nicodemo reconocía a Jesús como maestro por los signos que había hecho. Este podría ser un primer paso en una trayectoria de fe. Y es la situación de muchos cristianos de hoy y quizá también de los que llevamos tiempo en este camino. Vivimos una fe de oídas, quizá razonada, hasta experiencial, pero poco profunda. Por otro lado, a pesar de su amplia trayectoria en el estudio de las leyes judías y en el práctica asidua y fiel de las mismas, Nicodemo no fue capaz de comprender las palabras de Jesús: “Nacer de nuevo”. Es que el conocimiento, aunque ayude en la vida de fe, por quedar en la cabeza, no será suficiente para conocer internamente las cosas de Dios. Asimismo, al igual que la preocupación incesante de Nicodemo por Rut, nosotros nos hayamos muchas veces inmersos en las nuestras, que nos disipan y sutilmente nos hacen ver las cosas muy superficialmente, no siendo capaces de rasgar las apariencias y encontrar a Dios en ellas. Por lo tanto, no seamos tan duros con el pobre Nicodemo cuando pregunta: “¿Cómo puede nacer un hombre siendo viejo? ¿Acaso puede por segunda vez entrar en el vientre de su madre y nacer?”. La pregunta no es más que un reflejo del estado de inquietud de su corazón que busca, pero no encuentra. Y Jesús le dice: “En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el reino de Dios”.

Nicodemo poco después, con la muerte y resurrección de Jesús, descubrirá el significado profundo de estas palabras y cambiará su vida para siempre. ¿Y nosotros?... Las aguas del bautismo nos hacen nacer a una vida nueva y con el sacramento de la confirmación la fuerza del Espíritu nos impulsa a vivir una fe madura. Nunca es tarde para reavivar estas gracias recibidas y nacer de nuevo. Volver a empezar. No cansarse nunca de estar empezando siempre. La resurrección es signo de un nuevo comienzo, de una nueva creación. Jesús nos llama a una vida nueva. Que seamos capaces de vivir esta realidad no sólo en este día, sino siempre. Pidámosle a la Virgen de Fátima en su centenario que nos dé un corazón siempre nuevo.

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