Iniciamos nuestra oración en este
inicio de semana poniéndonos en presencia del Resucitado, ya sea en la capilla,
en la habitación o camino del trabajo. Donde estemos y como estemos, Él se hace
presente si lo invocamos de corazón.
Qué bien viene meditar, en este
tiempo de Pascua, lo que nos propone hoy el evangelio de San Juan. “En verdad, en verdad te digo: el
que no nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios”. Recuerdo con
entrañable agrado la lectura del libro: “Cartas de Nicodemo” de Jan
Dobraczynski, donde el autor nos pone el marco contextual de cómo se desarrolló
este dialogo sencillo, pero de una gran profundidad. Nicodemo era fariseo, pero
no uno más de ellos, tenía mucha reputación entre los suyos y era miembro del
sanedrín. En el libro, se dice además que le asaltaba constantemente una gran
preocupación. Se trataba de su esposa Rut, estaba moribunda y buscaba curarla
por todos los medios. Este detalle, aunque solo pertenezca a la imaginación de
Dobraczynski, nos puede ayudar a identificarnos mejor con éste personaje del
evangelio. En el texto, podemos notar que, a diferencia de muchos fariseos, Nicodemo reconocía a Jesús como
maestro por los signos que había hecho. Este podría ser un primer paso en
una trayectoria de fe. Y es la situación de muchos cristianos de hoy y quizá
también de los que llevamos tiempo en este camino. Vivimos una fe de oídas,
quizá razonada, hasta experiencial, pero poco profunda. Por otro lado, a pesar
de su amplia trayectoria en el estudio de las leyes judías y en el práctica
asidua y fiel de las mismas, Nicodemo no fue capaz de comprender las palabras
de Jesús: “Nacer de nuevo”. Es que el conocimiento, aunque
ayude en la vida de fe, por quedar en la cabeza, no será suficiente para
conocer internamente las cosas de Dios. Asimismo, al igual que la
preocupación incesante de Nicodemo por Rut, nosotros nos hayamos muchas veces
inmersos en las nuestras, que nos disipan y sutilmente nos hacen ver las cosas
muy superficialmente, no siendo capaces de rasgar
las apariencias y encontrar a Dios en ellas. Por lo tanto, no seamos tan
duros con el pobre Nicodemo cuando pregunta: “¿Cómo puede nacer un hombre
siendo viejo? ¿Acaso puede por segunda vez entrar en el vientre de su madre y
nacer?”. La pregunta no es más que un reflejo del estado de inquietud de su
corazón que busca, pero no encuentra. Y Jesús le dice: “En verdad, en verdad
te digo: el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el reino de
Dios”.
Nicodemo poco después, con la muerte
y resurrección de Jesús, descubrirá el significado profundo de estas palabras y
cambiará su vida para siempre. ¿Y nosotros?... Las aguas del bautismo nos hacen
nacer a una vida nueva y con el sacramento de la confirmación la fuerza del
Espíritu nos impulsa a vivir una fe madura. Nunca es tarde para reavivar estas
gracias recibidas y nacer de nuevo. Volver a empezar. No cansarse nunca de
estar empezando siempre. La
resurrección es signo de un nuevo comienzo, de una nueva creación. Jesús
nos llama a una vida nueva. Que seamos capaces de vivir esta realidad no sólo
en este día, sino siempre. Pidámosle a la Virgen de Fátima en su centenario que
nos dé un corazón siempre nuevo.