«Cuando levantéis en alto al Hijo del
hombre, sabréis que “Yo soy”.
Subir a lo alto, elevar a alguien,
llegar a lo más alto, escalar puestos… El mundo habla de elevar a las personas
en su punto culmen de gloria o de éxito. El momento más bonito y notorio de la
historia de cada uno. Jesús vivió toda su vida esperando su hora culmen, el
momento en que sería elevado a lo más alto…, pero esa altura era la cruz sobre
el monte Calvario. El culmen de su obra sería su anonadamiento, ese hacerse
nada, o peor, piltrafa humana. Y así era como tenía el Padre previsto la
redención del propio hombre. Para ser rescatado el hombre tenía que ocurrir que
el propio hombre hiciera la mayor de las atrocidades: machacar a su Creador,
hecho hombre. Leemos estas palabras y nos parecen locuras, escritas por un
iletrado, o alguien que no sabe de qué está hablando. Y es verdad. No somos
capaces de entender este plan de Dios. ¿Por qué permitir este ultraje a su
Hijo?
El pueblo judío cuando pecó y fue
castigado con serpientes venenosas, tuvo que ser rescatado por la humildad de
acudir de nuevo a Moisés al que habían desobedecido, y por la humildad de tener
que mirar la escultura que representaba la propia serpiente que los mordía.
Sí, se trata de la humildad. Sólo
ella es capaz de meternos en la dinámica de Dios. Sólo ella nos alcanza la
redención. La máxima humillación del propio Dios hecho hombre fue la que nos
alcanzó la redención. ¿Cómo osamos todavía contradecir los planes de Dios como
si nosotros supiéramos más? ¿Qué orgullo es este que nos impide obedecer,
precisamente a lo que nos dará la salud? ¿Es que sabemos más que Dios?
Otro tema es que no lo entendamos y
“gritemos” a Dios, con el salmo 101, pidiendo ser escuchados y salvados... Eso
sí le gusta al Señor, que le invoquemos. Porque eso significa que somos
humildes y que ponemos en él nuestra confianza.
Se acercan los días santos que
recuerdan el momento histórico de la Redención. En cada Eucaristía se renueva
como “memorial” la tarde del Calvario. Acabemos de perfilar el tono de nuestro
corazón para vivir estos días con la consciencia de lo que vamos a vivir y con
la apertura y humildad necesaria para que se obre en nosotros una verdadera
conversión.