9/4/2017, Domingo de Ramos (Ciclo A)

Lectura del libro de Isaías (50, 4-7)
El Señor Dios me ha dado una lengua de discípulo; para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los discípulos. El Señor Dios me abrió el oído; yo no resistí ni me eché atrás. Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no escondí el rostro ante ultrajes ni salivazos. El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado.
Salmo responsorial (Sal 21, 8-9. 17-18a. 19-20. 23-24)
R. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Al verme, se burlan de mí, hacen visajes, menean la cabeza:
«Acudió al Señor, que lo ponga a salvo; que lo libre si tanto lo quiere.» 
R.
Me acorrala una jauría de mastines, me cerca una banda de malhechores;
me taladran las manos y los pies, puedo contar mis huesos. 
R.
Se reparten mi ropa, echan a suertes mi túnica. Pero tú, Señor, no te quedes lejos;
fuerza mía, ven corriendo a ayudarme. 
R.
Contaré tu fama a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré.
Fieles del Señor, alabadlo; linaje de Jacob, glorificadlo; temedlo, linaje de Israel. 
R.
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses (2, 6-11)
Cristo Jesús, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres. Y así, reconocido como hombre por su presencia, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.
Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo (27, 11-54)

C. En aquel tiempo, Jesús fue llevado ante el gobernador Poncio Pílato, y este le preguntó: S. -«¿Eres tú el rey de los judíos?» C. Jesús respondió: + -«Tú lo dices.» C. Y, mientras lo acusaban los sumos sacerdotes y los ancianos, no contestaba nada. Entonces Pilato le preguntó:S. -«¿No oyes cuántos cargos presentan contra ti?» C. Como no contestaba a ninguna pregunta, el gobernador estaba muy extrañado. Por la fiesta, el gobernador solía liberar un preso, el que la gente quisiera. Tenía entonces un preso famoso, llamado Barrabás. Cuando la gente acudió, les dijo Pilato: S. -«¿A quién queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús, a quien llaman el Mesías?» C. Pues sabía que se lo habían entregado por envidia. Y, mientras estaba sentado en el tribunal, su mujer le mandó a decir: S. -«No te metas con ese justo, porque esta noche he sufrido mucho soñando con él.» C. Pero los sumos sacerdotes y los ancianos convencieron a la gente para que pidieran la libertad de Barrabás y la muerte de Jesús. El gobernador preguntó: S. -«¿A cuál de los dos queréis que os suelte?» C. Ellos dijeron: S. -«A Barrabás.» C.Pilato les preguntó: S. -«¿Y qué hago con Jesús, llamado el Mesías?» C. Contestaron todos: S. -«Sea crucificado.» C. Pilato insistió: S. -«Pues, ¿qué mal ha hecho?» C. Pero ellos gritaban más fuerte: S. -«¡Sea crucificado!» C. Al ver Pilato que todo era inútil y que, al contrario, se estaba formando un tumulto, tomó agua y se lavó las manos ante la gente, diciendo: S. -«Soy inocente de esta sangre. ¡Allá vosotros!» C. Todo el pueblo contestó: S. -«¡Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!» C. Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran. Entonces, los soldados del gobernador se llevaron a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a toda la cohorte: lo desnudaron y le pusieron un manto de color púrpura y, trenzando una corona de espinas, se la ciñeron a la cabeza y le pusieron una caña en la mano derecha. Y, doblando ante él la rodilla, se burlaban de él, diciendo: S. -«¡Salve, rey de los judíos!» C. Luego le escupían, le quitaban la caña y le golpeaban con ella la cabeza. Y, terminada la burla, le quitaron el manto, le pusieron su ropa y lo llevaron a crucificar. Al salir, encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo forzaron a que llevara la cruz. Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota (que quiere decir lugar de «la Calavera»), le dieron a beber vino mezclado con hiel; él lo probó, pero no quiso beberlo. Después de crucificarlo, se repartieron su ropa echándola a suertes y luego se sentaron a custodiarlo. Encima de la cabeza colocaron un letrero con la acusación: «Éste es Jesús, el rey de los judíos,» Crucificaron con él a dos bandidos, uno a la derecha y otro a la izquierda. Los que pasaban, lo injuriaban y, meneando la cabeza, decían: S. -«Tú que destruyes el templo y lo reconstruyes en tres días, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, baja de la cruz.» C. Igualmente los sumos sacerdotes con los escribas y los ancianos se burlaban también diciendo: S. -«A otros ha salvado, y él no se puede salvar. ¡Es el rey de Israel!, que baje ahora de la cruz y le creeremos. Confió en Dios, que lo libre si es que lo ama, pues dijo “soy Hijo de Dios”» C. De la misma manera los bandidos que estaban crucificados con él lo insultaban. Desde la hora sexta hasta la hora nona vinieron tinieblas sobre toda la tierra. A la hora nona, Jesús gritó con voz potente: + -«Eli, Eli, lemá sabaqtaní.» C. (Es decir: +-«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?») C. Al oírlo algunos de los que estaban por allí dijeron: S. -«Está llamando a Elías.» C.Enseguida uno de ellos fue corriendo, cogió una esponja empapada en vinagre y, sujetándola en una caña, le dio de beber. Los demás decían:S. -«Déjalo, a ver si viene Elías a salvarlo.» C. Jesús, gritando de nuevo con voz potente, exhaló el espíritu. (Todos se arrodillan, y se hace una pausa). C. Entonces el velo del templo se rasgó en dos de arriba abajo; la tierra tembló, las rocas se resquebrajaron, las tumbas se abrieron y muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron y, saliendo de las tumbas después que él resucitó, entraron en la ciudad santa y se aparecieron a muchos. El centurión y sus hombres, que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba, dijeron aterrorizados: S.-«Verdaderamente este era Hijo de Dios.»

Archivo del blog