30 Mayo 2017. Martes de la VII semana de Pascua – San Fernando – Puntos de oración

Escribe Juan de Ávila que Dios nos habla por sus enviados en el Antiguo y Nuevo Testamento excepto en el Evangelio que nos habla directamente, por sí mismo. “Lo que en otras partes ha dicho, ha sido hablar él por boca de sus siervos; y lo que habló en la humanidad que tomó, hablólo por su propia persona.” (San Juan de Ávila-Audi, Filia).
Estos días nos ha comentado Francisco, que al iniciar la oración pidamos al Espíritu Santo la gracia de recordar y entender el mensaje del Evangelio. No olvidemos ese consejo. “Cuando vosotros leéis todos los días —como os he recomendado— un trozo, un pasaje del Evangelio, pedid al Espíritu Santo: «Que yo entienda y recuerde estas palabras de Jesús». Y después leer el pasaje, todos los días... Pero antes, esa oración al Espíritu, que está en nuestro corazón: «Que recuerde y entienda»”.
Parece que el evangelio de hoy por su dificultad, nos pide una mayor intensidad en esta oración para entender este pasaje. Nos podemos sentir como aquel funcionario de la reina de los etíopes, que leyendo a Isaías no se enteraba de lo que leía. El Espíritu Santo viendo estas dificultades inspira a Felipe, subirse al carro y aclarar el texto al etíope. Nosotros también tenemos a “Felipe” para ayudarnos a entender la Biblia, nuestro Felipe es la Tradición de la Iglesia.
Surgiendo de la vida contemplativa y extendiéndose hacia las comunidades más activas, el acercamiento del creyente a la Biblia se ha venido a denominar la “Lectio Divina”. No se trataría de un aproximamiento intelectual, solamente, es mucho más, se trata de un acercamiento orante, partiendo del convencimiento que la Palabra de Dios es la base de una autentica espiritualidad cristiana. La Lectio Divina tendría cuatro momentos: la lectio propiamente, meditatio, oratio y contemplatio.
La lectio sería la lectura comprensiva del texto o pasaje. La meditatio correspondería a preguntarse: ¿Qué me dice el texto a mí?, es pasar de la comprensión a algo personal. Seguiríamos avanzando para entrar en la oratio. En estos momentos la pregunta sería : ¿Qué le digo a Dios?. No se trataría de elaborar una plegaria, bastaría más bien estar con Él. “Orar es estar muchas veces  a solas con quien sabemos nos ama”. (Santa Teresa). Finalmente si Dios nos lo concede, llegaríamos a la contemplatio. Esta fase sería llegar a sentir la  infusión secreta, pacífica y amorosa de Dios” (san Juan de la Cruz). Sentir cómo los sentimientos de Dios se transfieren a nuestra afectividad, Dios actúa con su “infusión secreta”. El alma no obra, ha negado su propia voluntad dejando actuar al Señor.
Pues apliquemos el itinerario a este pasaje del evangelio de san Juan (17, 1-5). La Iglesia ha visto representada la “oración sacerdotal” de Cristo a su Padre, desde el siglo III con san Cipriano de Alejandría. Este texto es como un resumen de la vida de Jesús, probablemente lo expresó en el escenario del cenáculo, previamente a la última cena.  Cristo aparece orando en el evangelio, siempre lo hace cuando se inicia un momento trascendental.
Cristo se dirige directamente a su Padre (V.1). El motivo es que “llegó la hora”, ¿qué hora? La de su muerte. Pide la glorificación, aquí habla como hombre no como Dios, ¿para qué?: “para que a todos los que tú le diste, les dé El la vida eterna” (V.2).  Va a comprar con su sangre la vida eterna de sus discípulos.
A continuación lavará los pies y lo hará también al que le traiciona, Judas irá con los pies limpios a venderle. Siente esta escena de Cristo arrodillado lavando los pies de Judas, siente el cruce de miradas, la mirada pura y hacia arriba de Jesús misericordioso y el cruce de miradas que rehúye Judas.  

Quedémonos leyendo, meditando, orando y contemplando este pasaje que hoy la Iglesia ha seleccionado para ti. Da gracias a Dios por haber puesto a tu alrededor tantos “Felipes” que han subido al carro de tu vida para ayudarte a entender la Sagrada Escritura.

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