Escribe Juan de Ávila que Dios nos
habla por sus enviados en el Antiguo y Nuevo Testamento excepto en el Evangelio
que nos habla directamente, por sí mismo. “Lo que en otras partes ha
dicho, ha sido hablar él por boca de sus siervos; y lo que habló en la
humanidad que tomó, hablólo por su propia persona.” (San Juan de Ávila-Audi,
Filia).
Estos días nos ha comentado
Francisco, que al iniciar la oración pidamos al Espíritu Santo la gracia de recordar
y entender el mensaje del Evangelio. No olvidemos ese consejo. “Cuando
vosotros leéis todos los días —como os he recomendado— un trozo, un pasaje del
Evangelio, pedid al Espíritu Santo: «Que yo entienda y recuerde estas palabras
de Jesús». Y después leer el pasaje, todos los días... Pero antes, esa oración
al Espíritu, que está en nuestro corazón: «Que recuerde y entienda»”.
Parece que el evangelio de hoy por su
dificultad, nos pide una mayor intensidad en esta oración para entender este
pasaje. Nos podemos sentir como aquel funcionario de la reina de los etíopes,
que leyendo a Isaías no se enteraba de lo que leía. El Espíritu Santo viendo
estas dificultades inspira a Felipe, subirse al carro y aclarar el texto al
etíope. Nosotros también tenemos a “Felipe” para ayudarnos a entender la
Biblia, nuestro Felipe es la Tradición de la Iglesia.
Surgiendo de la vida contemplativa y
extendiéndose hacia las comunidades más activas, el acercamiento del creyente a
la Biblia se ha venido a denominar la “Lectio Divina”. No se trataría de un
aproximamiento intelectual, solamente, es mucho más, se trata de un
acercamiento orante, partiendo del convencimiento que la Palabra de Dios es la
base de una autentica espiritualidad cristiana. La Lectio Divina tendría cuatro
momentos: la lectio propiamente, meditatio, oratio y contemplatio.
La lectio sería la lectura
comprensiva del texto o pasaje. La meditatio correspondería a preguntarse: ¿Qué
me dice el texto a mí?, es pasar de la comprensión a algo personal. Seguiríamos
avanzando para entrar en la oratio. En estos momentos la pregunta sería : ¿Qué
le digo a Dios?. No se trataría de elaborar una plegaria, bastaría más bien
estar con Él. “Orar es estar muchas veces a solas con quien sabemos nos ama”.
(Santa Teresa). Finalmente si Dios nos lo concede, llegaríamos a la
contemplatio. Esta fase sería llegar a sentir “la
infusión secreta, pacífica y amorosa de Dios” (san Juan de la Cruz). Sentir cómo los sentimientos
de Dios se transfieren a nuestra afectividad, Dios actúa con su “infusión
secreta”. El alma no obra, ha negado su propia voluntad dejando actuar al
Señor.
Pues apliquemos el itinerario a este
pasaje del evangelio de san Juan (17, 1-5). La Iglesia ha visto representada la
“oración sacerdotal” de Cristo a su Padre, desde el siglo III con san Cipriano
de Alejandría. Este texto es como un resumen de la vida de Jesús, probablemente
lo expresó en el escenario del cenáculo, previamente a la última cena. Cristo aparece orando en el evangelio,
siempre lo hace cuando se inicia un momento trascendental.
Cristo se dirige directamente a su
Padre (V.1). El motivo es que “llegó la hora”, ¿qué hora? La de
su muerte. Pide la glorificación, aquí habla como hombre no como Dios, ¿para
qué?: “para que a todos los que tú le diste, les dé El la vida eterna”
(V.2). Va a comprar
con su sangre la vida eterna de sus discípulos.
A continuación lavará los pies y lo
hará también al que le traiciona, Judas irá con los pies limpios a venderle.
Siente esta escena de Cristo arrodillado lavando los pies de Judas, siente el
cruce de miradas, la mirada pura y hacia arriba de Jesús misericordioso y el
cruce de miradas que rehúye Judas.
Quedémonos leyendo, meditando, orando
y contemplando este pasaje que hoy la Iglesia ha seleccionado para ti. Da
gracias a Dios por haber puesto a tu alrededor tantos “Felipes” que han subido
al carro de tu vida para ayudarte a entender la Sagrada Escritura.