¡Que tu resurrección, Señor, sea nuestra motivación para el impulso
misionero!
Igual que
los apóstoles, nosotros hemos de cimentar nuestra vocación misionera en la
resurrección de Jesús. Desde ese momento, Felipe y los demás apóstoles
entendieron todo lo que habían vivido los tres años anteriores. Pero, aún
siendo así, necesitaron la fuerza del mismo Espíritu Santo para salir a las
calles a predicarlo. El pasaje de hoy de los Hechos de los apóstoles es un
precioso texto de este impulso. Felipe, uno de los 12, uno de los fieles, a
quien el propio Jesús dijo: “Felipe, el que me ha visto a mí ha visto al Padre” (Jn 14, 9), y
que luego le ha visto resucitado…, solo después de la
resurrección es capaz de salir a proclamarlo a los 4 vientos. Un ángel le
indica que camine hacia el sur y allí se encuentra con el ministro etíope. Y le
da la catequesis y le administra el bautismo en tiempo récord.
Cuando uno
está abierto a Dios, ¡y cuántos hay a nuestro alrededor y no nos damos cuenta!,
es muy fácil que le entren ganas de participar de esta forma de vida. Pero para
eso hay que estar atento a lo que nos dice el ángel del Señor (discernimiento,
dirección espiritual, oración…), estar dispuesto a salir adonde Dios quiera,
estar a la escucha de los hombres, indicarles el camino correcto.
Después del
bautismo del etíope, es digno de meditar lo que ocurre. Ha habido una eclosión
del Espíritu de Dios y las consecuencias son:
- El etíope siguió su camino lleno de alegría.
- Felipe salió “impulsado” de nuevo a otro lugar anunciando la
Buena Nueva en todos los poblados.
Si queremos
recibir ese Espíritu de Dios en Pentecostés, tenemos que seguir deseándolo a
base de ratos de oración de deseos:
Quiero,
Señor, recibir tu alegría y tu impulso misionero para salir a anunciarte al
mundo entero. Te lo pido por intercesión de tu Madre, la Virgen María, en su
mes de mayo.