La primavera es la estación del amor,
del crecimiento de la vida. En plena primavera la Iglesia nos propone celebrar
la Pascua, el maravilloso suceso de que Jesús ha resucitado y ha iniciado
nuestra salvación. Este debe ser nuestro tema de oración cada día de este
tiempo litúrgico. Hoy, con el salmo, podemos decirle a Nuestro Señor: “Mi alma
tiene sed de Ti, Dios vivo”. En estos días de alegría, acerquémonos al Señor
para expresarle nuestro amor, siempre tan pequeñito, tan rácano, pero también
lo único, lo poco, que tenemos para ofrecerle. Señor, te amo poco, pero es que
soy poco, ¡hazme más para poder amarte más! Porque sí, eso es lo que buscamos,
su luz, su verdad, que nos lleven a su morada donde cantar sus maravillas,
donde ser todo Suyo.
De esa manera, poniendo ese poquito
amor que hay en nosotros, y venciendo esa soberbia que nos dice que por ser tan
pequeño no merece la pena ofrecérselo a Dios, Él vendrá a nosotros para
llamarnos por nuestro nombre, para ofrecernos su compañía. Y nosotros, como
esas ovejas, callados, sin decir nada, simplemente adorando, o alabando con
nuestros balidos, que no dicen nada, sino que simplemente cantan de alegría por
estar con quien sabemos nos ama.