Después del domingo de la Ascensión,
y cuando todavía resuenan en nuestros corazones los ecos del salmo 46: “Dios asciende entre aclamaciones,
el Señor al son de trompetas”, la palabra del Señor nos sale al encuentro
en el evangelio de este último lunes de pascua (lunes, sí, pero de Pascua).
En los últimos meses he tenido la
misma reflexión con dos amigos en diferentes conversaciones. Y esta hace
referencia al evangelio de hoy. Reflexionábamos sobre nuestra propia miseria y
cómo, a raíz de una experiencia negativa, brotaba de manera inesperada una
amarga decepción sobre uno mismo. Pues sí, de repente ante un fracaso, una
“metedura de pata”, un “quedar en evidencia” uno se descubre más ruin y
miserable de lo que se pensaba. Todos tenemos, de manera más o menos objetiva,
una imagen de sí mismo, un autoconcepto, muy ligado a la autoestima, que en
ocasiones la vida se encarga de desmontar. Y entonces nos descubrimos tan
envidiosos, codiciosos, orgullosos y egoístas como los demás. Nos damos cuenta
de que, en el fondo, nuestras intenciones no eran tan puras y desinteresadas
como ingenuamente creíamos.
El Señor, hoy, en el evangelio, les
advierte de esto a los apóstoles: “Pues mirad: está para llegar la hora,
mejor, ya ha llegado, en que os disperséis cada cual por su lado y a mí me
dejéis solo”. Y así fue en la vida de la primitiva comunidad cristiana, que
todos le abandonaron para sorpresa y decepción de ellos mismos. Las amargas lágrimas
de Pedro son prueba de ello.
Pero esta, con serlo, no es la
verdadera noticia. La verdadera noticia, la buena noticia es que el Señor ¡¡ya
lo sabía!!. Que lo que para nosotros pudo ser un amargo descubrimiento tras un
fracaso (descubrir nuestra miseria y ruindad) para el Señor no es nuevo. Jesús
no se ha decepcionado contigo porque ya te conocía y sabía de lo que eras (o no
eras) capaz de hacer. Sabía de lo que era capaz de hacer Judas y no por ello
dejó de elegirle y amarle. Esto es lo alucinante del evangelio de hoy, que a
pesar de que el Señor conoce TODO sobre mí, incluso aquellos rincones que para
mí permanecen ocultos, no me rechaza y me sigue amando con locura. Con locura,
sí, pero no con desconocimiento o ingenuidad. “Ahora
vemos que lo sabes todo”, podemos decir también nosotros con los apóstoles.
Y nos dirá finalmente Jesús en el
evangelio de hoy: “Os he
hablado de esto, para que encontréis la paz en mí”. Y la paz radica en la
confianza de saber que, aunque el Señor lo conocía TODO sobre mí, no por eso
deja de acogerme, perdonarme y amarme. La paz, la confianza la encontramos en
El, no en nosotros.