29 mayo 2017. Lunes de la VII semana de Pascua – Puntos de oración

Después del domingo de la Ascensión, y cuando todavía resuenan en nuestros corazones los ecos del salmo 46: “Dios asciende entre aclamaciones, el Señor al son de trompetas”, la palabra del Señor nos sale al encuentro en el evangelio de este último lunes de pascua (lunes, sí, pero de Pascua).
En los últimos meses he tenido la misma reflexión con dos amigos en diferentes conversaciones. Y esta hace referencia al evangelio de hoy. Reflexionábamos sobre nuestra propia miseria y cómo, a raíz de una experiencia negativa, brotaba de manera inesperada una amarga decepción sobre uno mismo. Pues sí, de repente ante un fracaso, una “metedura de pata”, un “quedar en evidencia” uno se descubre más ruin y miserable de lo que se pensaba. Todos tenemos, de manera más o menos objetiva, una imagen de sí mismo, un autoconcepto, muy ligado a la autoestima, que en ocasiones la vida se encarga de desmontar. Y entonces nos descubrimos tan envidiosos, codiciosos, orgullosos y egoístas como los demás. Nos damos cuenta de que, en el fondo, nuestras intenciones no eran tan puras y desinteresadas como ingenuamente creíamos.
El Señor, hoy, en el evangelio, les advierte de esto a los apóstoles: “Pues mirad: está para llegar la hora, mejor, ya ha llegado, en que os disperséis cada cual por su lado y a mí me dejéis solo”. Y así fue en la vida de la primitiva comunidad cristiana, que todos le abandonaron para sorpresa y decepción de ellos mismos. Las amargas lágrimas de Pedro son prueba de ello.
Pero esta, con serlo, no es la verdadera noticia. La verdadera noticia, la buena noticia es que el Señor ¡¡ya lo sabía!!. Que lo que para nosotros pudo ser un amargo descubrimiento tras un fracaso (descubrir nuestra miseria y ruindad) para el Señor no es nuevo. Jesús no se ha decepcionado contigo porque ya te conocía y sabía de lo que eras (o no eras) capaz de hacer. Sabía de lo que era capaz de hacer Judas y no por ello dejó de elegirle y amarle. Esto es lo alucinante del evangelio de hoy, que a pesar de que el Señor conoce TODO sobre mí, incluso aquellos rincones que para mí permanecen ocultos, no me rechaza y me sigue amando con locura. Con locura, sí, pero no con desconocimiento o ingenuidad. “Ahora vemos que lo sabes todo”, podemos decir también nosotros con los apóstoles.

Y nos dirá finalmente Jesús en el evangelio de hoy: “Os he hablado de esto, para que encontréis la paz en mí”. Y la paz radica en la confianza de saber que, aunque el Señor lo conocía TODO sobre mí, no por eso deja de acogerme, perdonarme y amarme. La paz, la confianza la encontramos en El, no en nosotros.

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