30 junio 2017. Viernes de la XII semana de T. O. – Protomártires de Roma – Puntos de oración

“Después de acostado, ya que me quiera dormir, por espacio de un Avemaría pensar a la hora que me tengo de levantar, y a qué, resumiendo el ejercicio que tengo de hacer.” (San Ignacio – primera adición – Ejercicios espirituales). 
Al día siguiente: iniciaremos nuestro rato exclusivo con el Señor, poniéndonos en su presencia y recordando la oración preparatoria de san Ignacio:
“Pedimos gracia a Dios nuestro Señor, para que todas mis intenciones, acciones y operaciones sean puramente ordenadas en servicio y alabanza de su divina majestad”.  Esta oración  está en línea con las lecturas de hoy que nos hablan de la fe de Abraham, de la vida que Dios regala al hombre “que teme al Señor”, de la humildad del leproso y cómo Dios se acerca al excluido, al marginado, al descartado.
Al bajar Jesús del monte, lo siguió mucha gente”. Esta gente había escuchado al maestro que les hablaba “con  autoridad”, esta gente comenzó a seguir a Jesús sin cansarse de escucharlo.
Otra gente miraba  desde la distancia, no podían acercarse,  les estaba prohibido por la ley, eran impuros. Entre ellos estaba el leproso del que nos habla el Evangelio.
Este leproso sintió el deseo de acercarse a Jesús, se armó de valor y se acercó. “Señor, si quieres puedes limpiarme” dijo sencillamente. Dijo así porque se sentía impuro, la lepra era una condena de por vida.
Cuántas veces el Padre Morales, en ejercicios y retiros,  nos metía en esta escena. En el interior del leproso, sintiendo la pobreza de este excluido y pidiendo que repitiéramos su oración: “Señor, si quieres puedes limpiarme”.
Jesús acorta la distancia con el leproso, hasta tocarle sin miedo de ensuciarse. Podía haberle dicho desde la distancia: “quedas curado”. En cambio se acercó y lo curo. Esta es la cercanía cristiana que nos muestra Jesús, libera al leproso de la  impureza de la enfermedad y también de la exclusión social.
Después fue más allá al decir al antiguo leproso “ve a presentarte al sacerdote y haz lo que se debe hacer cuando un leproso es curado”. Con este mandato al excluido,  lo está incorporando a la vida de la Iglesia, a la vida social. Deberíamos preguntarnos si tenemos miedo de acercarnos al marginado,  si hacemos lo que podemos para incluirlo en nuestra vida de Iglesia, en nuestra vida social.
Dios también había liberado a Sara de la impureza de ser una mujer infértil. Una de las bendiciones que recibe el hombre “que teme al Señor” es la mujer fecunda y los “hijos, como renuevos de olivo, alrededor de tu mesa”. Es evidente que Sara no disfrutaba de esa posición, pero los criterios de Dios no son los de los hombres. Sara, la mujer estéril, será madre de  Isaac y con él Dios empezará a tejer la alianza con los hombres.  Sara “la impura” será una alegoría de tantos excluidos, sobre los que la acción de Dios transformará en “piedra angular”.

Acabemos nuestras reflexiones con un coloquio con Jesús.  San Ignacio nos lo precisa: “el coloquio se hace, propiamente hablando, así como un amigo habla a otro, o un siervo a su señor: cuándo pidiendo alguna gracia, cuándo culpándose por algún mal hecho, cuándo comunicando sus cosas y queriendo consejo en ellas. Y decir un Pater noster”.

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