La Palabra de Dios nos transmite hoy la
oración del Padre nuestro en el evangelio de san Lucas. Un rasgo original de
este evangelio es que nos presenta el Padre nuestro como la respuesta a una
súplica de los discípulos al ver a Jesús orar: “Señor, enséñanos a orar”. Al
revelarnos la oración del Padre nuestro, Jesús nos está haciendo participar de
su oración. Rezar el Padre nuestro es empezar a mirar con los ojos de Jesús,
que ven a Dios como Padre y a los hombres como hermanos; es tener sus
sentimientos de Hijo y mirar la realidad de una forma nueva, considerando lo
que es verdaderamente importante: la venida del Reino, la voluntad del Padre,
el pan de cada día, el perdón... Nos dice la encíclica Lumen fidei,
del Papa Francisco, sobre la oración del Padre nuestro: “En ella, el cristiano
aprende a compartir la misma experiencia espiritual de Cristo y comienza a ver
con los ojos de Cristo”. Detengámonos en primer lugar en esta consideración y
contemplando orar a Cristo, pidámosle que nos enseñe a orar, que nos dé sus
ojos para ver, los sentimientos de su Corazón hacia el Padre y hacia nuestros
hermanos.
Pasamos a la primera palabra de la
oración del Señor: “¡Padre!”. Cuántas veces hemos oído a Abelardo la anécdota
de santa Teresita, que no podía pasar de esta primera palabra del Padre
nuestro, porque le llenaba la emoción y en ella se detenía, incapaz de seguir
adelante. Esta palabra nos sugiere las actitudes con las que tenemos que
dirigirnos a Dios: “La confianza sencilla y fiel, la seguridad humilde y alegre
son las disposiciones propias del que reza el “Padre Nuestro” (Catecismo 2797).
Rezar bien el Padre nuestro nos tiene que dejar una gran paz y esperanza,
porque estamos en las manos del Padre de los cielos. Las preocupaciones de la
vida y las pasiones que nos agitan son como las zarzas que impiden crecer la
semilla de la Palabra y dar fruto en nosotros. La oración del Padre nuestro,
bien rezada, es una buena forma de arrancar cizaña, quitar cardos y zarzas...
¡Somos hijos de Dios!
Otra reflexión más: Rezar el Padre
nuestro nos ha de llevar a poner nuestros corazones en la misma sintonía de
nuestro Padre. Estamos hechos a su imagen y semejanza: no podemos rezar esta
oración sin desear parecernos a Él e imitar su bondad y misericordia. Que no
nos pase lo del buen Jonás, que esperaba la destrucción de Nínive, en lugar de
su conversión. ¿No nos puede pasar a veces que preferimos “la muerte del
pecador”, a que se convierta y viva? Escuchemos a los Padres de la
Iglesia: «No podéis llamar Padre vuestro al Dios de toda bondad si
mantenéis un corazón cruel e inhumano; porque en este caso ya no tenéis en
vosotros la señal de la bondad del Padre celestial» (San Juan Crisóstomo). «Es
necesario acordarnos, cuando llamemos a Dios “Padre nuestro”, de que debemos
comportarnos como hijos de Dios» (San Cipriano). Revisemos cómo anda nuestro corazón
de malos sentimientos hacia quien no piensa como nosotros, o nos ha ofendido...
La propuesta para la oración de hoy es
dedicar cinco minutos a rezar bien el Padre nuestro. Nos lo aconseja un gran
santo español, San Manuel González, obispo del sagrario abandonado:
“Hablo a cristianos, a almas que, porque
oran y comulgan, no tienen razón para ser pesimistas ni para dejarse dominar
por la tristeza; y a estos cristianos, hermanos míos, digo: ¿Queréis una
consigna, un secreto para que ni a vosotros, ni a los que de vosotros dependan
les falte en todo el año ni la paz ni el pan? ¡Rezan bien, bien, todos los
días, por lo menos un Padrenuestro! Y tan bien pronunciado, tan lentamente
saboreado y meditado, que echéis en rezarlo ¡cinco minutos! Haced los comentarios
que queráis sobre mi proposición, pero la mantengo firme: En nombre de nuestro
Señor Jesucristo hago por todo el año presente un seguro de paz y de pan a todo
el que rece cada día un Padrenuestro echando en rezarlo cinco minutos. ¡El
Padrenuestro de los cinco minutos! He aquí vuestra consigna de este año, almas
eucarísticas…, para que la practiquéis y la propaguéis… ¡Veréis qué cosechas
dan los Padrenuestros bien rezados!”