9 octubre 2017. Lunes de la XXVII semana del Tiempo Ordinario – Puntos de oración

Me resulta entrañable la figura de Jonás, y no porque en mis momentos de mayor angustia me sienta como tragado por una ballena, sino por su actitud ante la llamada de Dios. Sabemos que la historia de Jonás no es real, que es una especie de fábula, y que Jonás no estuvo tres días en el vientre de la ballena.
Pero lo que sí es real es la actitud de Jonás ante el mandato del Señor, porque es la misma actitud que, a menudo, descubro en mí mismo ante determinados mandatos del Señor, sobre todo aquellos que no me hacen mucha gracia o no me resultan agradables.
«Ponte en marcha, ve a Nínive, la gran ciudad, y llévale este mensaje contra ella…»le dice el Señor a Jonás, y «Jonás se puso en marcha para huir a Tarsis, lejos del Señor. Bajó a Jafa y encontró un barco…».
Y, efectivamente, ante el mandato del Señor Jonás se pone en marcha, pero… ¡¡en dirección contraria!!
Nínive fue una importante ciudad asiria, cerca de la actual Mosul en Irak «ciudad grande sobremanera, de tres días de recorrido». Toda esta extensa área es en la actualidad una inmensa zona de ruinas como consecuencia de la guerra. Jaffa es una ciudad costera de Israel situada inmediatamente al sur de Tel Aviv. La distancia que las separa es de, nada menos que, 1163 km. Es decir, Jonás puso tierra por medio, mucha tierra.
A veces yo también soy como Jonás, que ante una situación que me resulta incómoda, o que anticipo que va a suponer sufrimiento, me voy en dirección opuesta, huyendo del Señor y de su Voluntad. Es lo que me ocurre cuando tengo que dar un disgusto, como Jonás, cuando temo ser rechazado o criticado por decir la verdad, como Jonás, cuando se me pide salir de mi zona de “confort”, como a Jonás.
Es la actitud que también vemos en el sacerdote y el levita del evangelio. Seguramente no eran malas personas e incluso podemos pensar que vendrían de orar en el Templo de Jerusalén. Pero temían complicarse la vida. Hacerse cargo de un desconocido, desnudo, molido a palos y malherido, era realmente una complicación que les sacaba de su zona de “confort”, de su horario, sus planes. También nosotros rehuimos a todo aquel que puede complicarnos la vida: un alumno díscolo, un cliente pesado, un paciente difícil, un pariente incómodo. Realmente, ejercer la misericordia, como el buen samaritano, resulta incómodo.

Me resulta curioso cuando entra en el metro de Madrid un mendigo pidiendo limosna. Todos miramos para otro lado para evitar cruzarnos con su mirada. Y si alguien le da alguna moneda suele ser gente humilde, a menudo inmigrantes. Muy posiblemente personas que saben de pobreza, desarraigo y soledad. Personas con las que seguramente alguien ejerció la misericordia y que ahora siguen, quizás sin saberlo, el mandato del Señor «Anda, haz tú lo mismo».

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