Semper gaudete. Estar siempre alegres, esta es la actitud de fondo que tiene que reinar
en nuestro corazón, en estos días previos a la Navidad. La mirada puesta en
estos días en la Virgen, ella desborda de gozo porque tiene al que no cabe en
el universo dentro de ella. Ella tiene puestos todos sus sentidos, todo su ser
dirigido hacia Él. Él tiene que ser el centro de nuestra atención, de nuestra
mirada, de nuestro corazón, de nuestra vida. Él tiene que ser la razón del
desbordar de nuestro gozo, nuestra alegría, nuestra esperanza, nuestra
irradiación, nuestra misión. Por eso debemos allanar las montañas de nuestro
orgullo, levantarnos de las profundidades de nuestras perezas y bajezas,
alzar los valles de nuestras miradas, iluminar nuestro interior con la luz del
Sol que no tiene ocaso, enderezar los caminos de nuestros pensamientos, deseos
y actitudes con su verdad y amor. Y que bien nos viene la oración y los
balances, para examinarlo todo, dar gracias, para no apagar el espíritu, para
no despreciar el don de la profecía; para examinarlo todo y quedarnos con lo
bueno y guardarnos de toda maldad; para ser constantes en el orar, para
consagrar todo nuestro ser al Señor.
Quería por último, para aquellos que como yo muchas veces se sientan como
los de la primera lectura, desterrados en Babilonia, como los que han perdido
la esperanza en reyes y profetas, como los que viven en un mar de lamentaciones
porque la vida no ha cubierto sus expectativas, proponerles de nuevo volver a
una actitud de esperanza. La liberación de las cadenas que a tantas bajezas nos
atan, los grilletes de la mundanidad que nos aprietan pueden saltar por los
aires, porque llega el Señor. Es el acontecimiento de gracia por excelencia, el
jubileo con mayúsculas. Cristo nos asocia a su misterio, Él se encarna para
hacernos posible a nosotros hombres el participar en Él que es Dios. Nuestra
humanidad gozará de eternidad. Que importante es dejarnos en la oración
transformar por Él. En la medida que Él viva en mí la Navidad tendrá en mí su
hueco, todo el que a mí se acerque será partícipe del misterio. Esta es la
clave de la misión dejarle a Él vivir en mí. Esta es la verdadera alegría.