«El hombre creyó en la palabra de Jesús
y se puso en camino»
Ya hemos pasado el ecuador de la
cuaresma, y puede ser un buen momento para hacer acordarnos de los propósitos
con que la empezamos y renovarlos. Este tiempo fuerte es una oportunidad y una
responsabilidad. Una oportunidad para ponernos al día, para pasar la “ITV” del
espíritu y recibir todas las gracias que en estos días de preparación a la
Pascua la Iglesia nos alcanza. Y una responsabilidad porque el Señor que nos
invita a subir con Él a Jerusalén donde se va a ofrecer al Padre espera de cada
uno una respuesta de amor. “Amor con amor se paga”, que tanto nos decía
Abelardo.
Al empezar la oración, pedimos con fe
e insistencia el soplo de la vida divina, el Espíritu Santo. Qué alegría y a la
vez qué motivador resulta “pensar que en cualquier lugar del
mundo donde se ora, allí está el Espíritu Santo, soplo vital de la
oración. (Dominum et Vivificantem, 65, carta encíclica de San Juan
Pablo II)
Mirad: voy a crear un nuevo cielo y
una nueva tierra (Is 65,17). A mí me gusta añadir a este
versículo la palabra hoy y meditarlo con el texto del Apocalipsis: he
aquí, yo hago nuevas todas las cosas. La acción creadora de Dios no
terminó hace millones de años cuando creó el mundo, sino que continúa en cada
instante de la historia de la humanidad y de cada uno. Ahora en este rato de
oración, si nos dejamos, Dios quiere hacernos de nuevo, mejorarnos hasta la
santidad. Nunca acabamos de convertirnos del todo, de ser cristianos del todo,
por lo que necesitamos de la fuerza creadora y vivificadora de Dios. Cuando
orientamos nuestra vida en la dirección y en el sentido de la santidad nos
colocamos en las manos creadoras y providentes de Dios y Él hace todo.
Es la misma experiencia de ese padre
del evangelio que hoy nos presenta la Iglesia. Tiene un hijo enfermo y desde su
necesidad acude a Jesús. Precisamente Jesús que regresa a su tierra, se hace el
encontradizo, ¡cuánto quería Jesús a sus paisanos! Jesús ama a todos, a toda la
humanidad, pero empezando por los cercanos, por los conocidos. Jesús ama de una
manera muy especial a todos los que le tratan en la oración, Él se hace cercano
en la oración y al igual que escuchó al padre cuyo hijo estaba enfermo, escucha
a la persona que ora: “baja, por favor a mi casa y cura a mi hijo”.
Hay un elemento más en la relación
con Jesús que nos muestra este evangelio: la fe del padre, la fe del que ora.
Jesús no bajó físicamente hasta la casa del hijo enfermo, bastó su voluntad
para que curase. «El hombre creyó en la palabra de Jesús y se puso en
camino». El padre confiado en la palabra dada por Jesús se marchó y
mientras iba de camino salieron los criados a darle la buena noticia de que su
hijo estaba curado. Preguntó a qué hora había empezado la mejoría y supo que
esa fue la hora a la que había estado con Jesús y le había dicho que su hijo
vivía. Vemos cómo la fe le devolvió la vida, la de su hijo y la “suya propia”.
Y no solo a ellos, sino a toda su familia, porque todos creyeron en Jesús. ¡Qué
bonito es este detalle de contagio de la fe en la familia! Cuando los padres
creen, es fácil que también crean los hijos, es lo más natural.
Finalmente nos dirigimos a la
Virgen: Madre querida, Tú que tan bien supiste escuchar a Dios, enséñame
en estos días de la cuaresma a aprender de Ti, a imitar tu fe y la grandeza de
tu amor. Madre, dame tus ojos para mirar a Jesús, tus oídos para escucharle,
tus labios para anunciarle y sobre todo tu corazón para amarle.