Hemos pasado con creces el ecuador de
la cuaresma, y por lo menos a mí me sigue costando penetrar en los misterios
más grandes del amor del Señor por los suyos, que le lleva a darse totalmente,
a hacerse más humano si cabe. Parece que no bastara con la encarnación para
manifestar todo su amor por la humanidad, nos quiere mostrar que ese amor al hombre
es con todas las consecuencias, que quiere hacerse vulnerable a lo que la misma
humanidad, el mismo hombre elige con todas las consecuencias. Ese caminar con
la humanidad es unirse a ella tan cerca que le afecta su propio actuar. Todas
las consecuencias de los buenos y malos actos le llegan con toda su fuerza. Va
a notar en sí mismo las consecuencias del pecado, en su propia naturaleza, y
tendrá que sufrir, cansarse, dudar…
También las propias relaciones
afectadas por el pecado del hombre tendrán un gran efecto en su persona.
Sentirá el abandono, la calumnia, la persecución, la prisión y hasta la peor de
las condenas.
Y yo esta cuaresma me doy cuenta de
que una cosa es acercarme en la oración a meditar, a leer la pasión y otra es
la disposición con la que me adentro en ella. Si no me adentro en los
sentimientos del Señor, si no los pido y comparto, es como estar viendo una
película sin más. Si no existe una identificación con Jesús cuando me vienen
las dudas, las calumnias, las persecuciones, que bien pocas tengo, qué tipo de
oración estoy haciendo, qué tipo de cuaresma vivo. Puede ser que me mueva como
en la virtualidad que me ofrecen las nuevas tecnologías.
Son pues días para compartir a medias
con Jesús, para estar con Él. Pídeselo en la oración, él ya sabe que no vamos a
ser capaces, pero con eso ya cuenta, porque lo ha experimentado tantas veces.
No importa pídele la identificación con Él. Él ya sabe hasta dónde nos puede
dejar.