El Evangelio de hoy nos sitúa en el
centro de la vida del creyente, sea cristiano o judío, el “Shemá Israel” o
escucha Israel. Es la plegaria más sagrada del judaísmo y, entonces
como ahora, nos sitúa en el centro de la vida del creyente: Dios como el único
Señor.
A los que llevamos muchos años tras
las huellas de Jesús, quizás nos pueda pasar como al escriba del evangelio, que
necesitamos que alguien nos recuerde qué es lo verdaderamente central y nuclear
en nuestra vida. Envueltos en los avatares de lo cotidiano, muchas veces como
consecuencia de una vida entregada a Dios o a los demás, a veces perdemos de
vista lo más importante. ¡Si le pasó a Marta teniendo al Señor bajo su mismo
techo, no es raro que nos pase también a nosotros!
Este tiempo de Cuaresma nos ayuda a
resituar a Cristo en el centro de nuestra vida y, como consecuencia, a amarle
“con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente, con todo el ser”. Se
trata de algo más que de dedicarle un tiempo al día o de pensar en Él de vez
cuando. Se trata de hacer de Él el motor de nuestra existencia. A estas alturas
de la Cuaresma es un buen momento para plantearse cómo llevo este tiempo de
preparación para la Pascua. ¿Realmente el Señor se va apoderando de mi
capacidad de amar, de mi capacidad de orar, de mi capacidad de pensar y obrar
el bien? Si la Cuaresma fuera como la pretemporada de un equipo deportivo… ¿me
voy poniendo a tono?
Ponte hoy en oración y en lugar de
“escucha Israel”, recita con tu nombre despacito: escucha Javier, José, Luis,
María… y deja que la Palabra de Dios te invada y te penetre. Y verás cómo el
Señor libera tu corazón, eleva tu alma, purifica tu mente y plenifica todo tu
ser. Y entonces serás capaz de amar a tu prójimo.