¡Octava de Pascua! Prolongación de la
alegría… Empecemos la oración pidiéndole a la Virgen una vez más nos conceda:
- Fe creciente
- Esperanza cierta
- Alegría desbordante
- Paz inquebrantable
- Amor ardiente
Sin duda la esperanza es la virtud
más característica de este tiempo pascual. Sin esperanza no hay
alegría, ni paz, ni amor. El Resucitado es nuestra Esperanza. Es
precisamente lo que habían dejado de lado los discípulos de Emaús. Qué bien
expresó esta situación, Benedicto XVI, en una audiencia en Roma, el 11 de abril
de 2012, aquí os dejo el texto:
“Sólo él, el Viviente, puede dar
sentido a la existencia y hacer que reemprenda su camino el que está cansado y
triste, el desconfiado y el que no tiene esperanza. Es lo que
experimentaron los dos discípulos que el día de Pascua iban de camino desde
Jerusalén hacia Emaús (cf. Lc 24, 13-35). Hablan de Jesús, pero su «rostro
triste» (cf. v. 17) expresa sus esperanzas defraudadas, su incertidumbre y su
melancolía. Habían dejado su aldea para seguir a Jesús con sus amigos, y habían
descubierto una nueva realidad, en la que el perdón y el amor ya no eran sólo
palabras, sino que tocaban concretamente la existencia. Jesús de Nazaret lo
había hecho todo nuevo, había transformado su vida…
Queridos amigos, que el
Tiempo pascual sea para todos nosotros la ocasión propicia para redescubrir con
alegría y entusiasmo las fuentes de la fe, la presencia del Resucitado
entre nosotros. Se trata de realizar el mismo itinerario que Jesús hizo seguir
a los dos discípulos de Emaús, a través del redescubrimiento de la Palabra de
Dios y de la Eucaristía, es decir, caminar con el Señor y dejarse abrir los
ojos al verdadero sentido de la Escritura y a su presencia al partir el
pan. El culmen de este camino, entonces como hoy, es la Comunión
eucarística: en la Comunión Jesús nos alimenta con su Cuerpo y su Sangre,
para estar presente en nuestra vida, para renovarnos, animados por el poder del
Espíritu Santo”.
Que en estos días de gozo dejemos
que el Señor corra, en nuestra vida, aquellas piedras sepulcrales que nos
impiden amar: envidias, rencores, divisiones… y resucitemos con Cristo a
una vida nueva.